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La realidad aumentada

Los noticiarios de la tele y Estado Islámico han encontrado un terreno común: enseguida les atribuyen unos o se atribuye el otro la matanza perpetrada por cualquier tarado enfermo de licantropía, como aquel de Niza que para ser feliz (en el paraíso) quería un camión (sesenta vírgenes y, además, dos huevos duros). Nadie magnetiza mayores audiencias que los cortadores de cabezas en nombre de Alá. Pero el bandido adolescente de Munich, que fue visto como un trío fusilero dotado de armas de asalto, se reclamaba alemán de nacimiento (lo era), engañaba en Facebook para atraer víctimas al McDonalds (cuidado con la comida basura) y sentía devoción por Andreas Breivik, el asesino fascista de Utoya. Sus víctimas son turcos, kosovares, griegos y demás ralea. Los francotiradores, los pilotos suicidas y los maltratadores, ya no son capaces de matarse solos: necesitan acompañamiento, victimas psicopompas y un prima de telediario. Animal social.

La construcción de realidades paralelas que se pueden adherir a la realidad para corregirla cuando se vuelve inapropiada, es un sector en expansión. Nosotros hemos tenido la ocurrencia de votar desde aquí a los pobres venezolanos de allá y el jefe turco Erdogan, más que sufrir un golpe de Estado, parece que se lo ha hecho un buen sastre. El empantanamiento de la situación política no activa el nervio civil de los padres de la patria, que se aburren así en el Congreso como en los plenos de los ayuntamientos y juegan al Pokémon que, por cierto, consigue publirreportajes gratuitos, muy pronto en sus pantallas. Realidad aumentada: no la aumenten que ya hemos de lidiar con las erecciones.

El genio de Philip K. Dick no se manifestó en novelas perfectas ni fue el centinela se desvela por las palabras hasta verlas brillar como estrellas. Sus tramas se deshilachan como sus personajes que pierden pie o les cambian la identidad y los recuerdos y hasta el año en el que viven. Estaba como una cabra, pero rasgó la cortina y se asomó a otros mundos que están en éste de ahora, donde hemos visto cosas que hemos creído con harta facilidad.

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