La destrucción de los montes durante los períodos de sequía no parece entender de recursos para la lucha contra incendios. A pesar de los enormes presupuestos destinados o consumidos en los últimos años, la destrucción de la masa forestal de nuestro país, y con ella la de los suelos, parece imparable. La única solución que se me antoja viable para proteger el bosque sería habitarlo. Repoblar el interior del país es una necesidad urgente para mejorar la calidad de vida de muchos ciudadanos que han sido centrifugados por la crisis económica y la gestión ultraliberal del último gobierno socialista y la mayoría absoluta del PP. Además, recuperar las explotaciones ganaderas y resineras, la obtención de turba y otras actividades ligadas a los espacios abiertos y los bosques, garantizaría la presencia de una población estable que obtendría su medio de subsistencia del bosque y cuidaría de él.

Cuando se viaja por Alemania, Francia o Inglaterra, sorprende lo habitado del paisaje, frente a la desolación del monte español que parece tener el desierto como zona intermedia entre Madrid y la costa, con la excepción de unas pocas ciudades históricas que se resisten a perecer. Es cierto que el agua, o su ausencia, limitan la ocupación del territorio, pero también serán precisas políticas de incentivo a la estabilización de núcleos de población en el interior, la oferta de servicios a las comunidades que perviven y a las que se creen y, en general, un esfuerzo para convencer a los ciudadanos de las ventajas de recuperar el medio natural. Esto se me antoja una necesidad frente a la progresiva proletarización de las ciudades en una situación cada vez más draconiana del mercado laboral y frente a la menguante necesidad de mano de obra en los sectores industriales y manufactureros que un día les necesitaron y forzaron a sus padres a emigrar a su proximidad.

Una distribución más racional de la población permitiría mejorar las condiciones de vida y sacar partido a la red de comunicaciones que nuestra entrada en Europa permitió consolidar. Además, la actitud de nuestro país ante el drama de las migraciones forzadas por las guerras y los fanatismos podría ser una excelente oportunidad para los pueblos del interior que necesitan un urgente rejuvenecimiento de su población para no perecer. No se olvide que entre los refugiados que llaman a las puertas de Europa hay albañiles, electricistas, carpinteros, maestros, panaderos y otros profesionales que podrían reconstruir los pueblos semi-desiertos y crear asentamientos multiculturales, en lugar de hacinarse en centros de acogida de las ciudades que no les aseguran la posibilidad de realizarse con el ejercicio de sus profesiones.

Ante nuestros gestores se abre un sinnúmero de posibilidades que van desde la rehabilitación de pueblos a la creación de rebaños locales y cooperativas dedicadas a la valorización de la biomasa. Que las cosas se hagan o dejen de hacerse dependerá de la actitud y aptitudes de nuestra clase política.