Hace muchos años leí, me parece que en Adorno, según Vázquez Montalbán, que la burguesía moriría, pero tendría tiempo de sobra para corromper a sus hijos. He visto a las mentes más privilegiadas de mi generación vender su inteligencia, su probidad, su trayectoria, no por dar de comer a sus hijos (eso lo justifica casi todo), sino por la piscina y el colegio bilingüe. Los trabajadores franceses con la fábrica a medio cerrar y el carbón que les llega a la ingle, votarán a Le Pen. Como sus vecinos ingleses del páramo de la cerveza meada, votaron brexit. No sabemos que piensa el frente obrero del PP, son discretos, pero conocemos a la milicia polaca y húngara de desocupados feroces.
Por tremendo que sea el adversario no cierres los ojos, no descargues la tranca sobre una pobre abuelita judía. O sobre un mariquita inocente o un presidente negro, más bien moreno de verde Kenia. Que es lo que suele pasar, una y otra vez, y lo que está ocurriendo en Estados Unidos con Donald Trump, que Michael Moore da como ganador en las próximas presidenciales. Trump aboga por reforzar fronteras y reabrir fábricas. No es importante que lo haga, sino que la gente crea que lo va a hacer y cada vez hay más convencidos en Michigan, Ohio, Pennsylvania y Wisconsin, los más castigados por reconversiones industriales.
Como si no lo supiéramos ya, la maquinaria demócrata conspiró intensamente „ya hay una víctima política„ para que fuera la impopular y tramposa Hillary Clinton quien ganase y no Sanders, el preferido de la base demócrata. Y de los votantes. Pérez Andújar en su Diccionario enciclopédico de la vieja escuela contempla El cuarto estado, el cuadro que inspiró a Bertolucci su colosal Novecento y piensa en los lemmings, esos conejillos que, al parecer, sólo se suicidan en masa en la fantasía de Walt Disney. Aquellos obreros quizás no avancen, como los lemmings de Disney, hacia el precipicio, y solo están parados, dormidos como Blancanieves. Pero a ver quien los despierta con un beso, sudorosos y con barba picante como están.
