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Un cuarto de siglo

He vuelto a los veranos de niño, veranos de dos meses: en Cullera en vez de El Perelló. Cuestión de oportunidad, Cullera es urbe, como Fuengirola o Miami, y en la factoría turística, como en la madrugada de la ciudad, hay tribus que aúllan, camiones con el crujido y el estrépito como visión del mundo, una pelea de loritos amazónicos por la mejor rama, que aquí en la primera línea de playa, y almuerzos dilatados, de los que desafían al más inapetente, por cinco euros. Además me encuentro con Arinyó, el escritor: «Vaig a publicar una altra part de les meues memòries. La part més verda la trac en dos relats, a banda». Industria. Florecen las tiendas y cada día son mejores. La costa vuelve a ser emporio de chucherías, como con los fenicios, estamos a la última.

Arinyó se ha ido a Rumanía, que me trae buenos recuerdos, con lo triste que era, que hasta las luces de los coches estaban racionadas. Mercado negro y música clásica tirada de precio. Cena en el hotel con cuarteto de cuerda por 500 pesetas. Aprendo con los toldos de la terraza, la técnica de navegación: los vientos del Mediterráneo están tan locos como el personal, aunque mientras liquidaba un superbocatrón de morcillas y longanizas, con ensalada, cacahuetes y carajillo, he visto el cielo lleno de nubecillas como jirones, parejos y equidistantes, como el disparo de un cartucho de perdigones o el Big Bang. La morcilla, me pone lírico.

Hace veinticinco años que, en un mes como éste, me puse a escribir esta columna. Fue una de la mejores ideas de mi vida y halló la generosa acogida de Ferran Belda y luego, siguiendo la línea sucesoria, hasta Julio Monreal. Muchas gracias. Empezó por llamarse Campo y playa, una declaración de intenciones. Cullera debe tener playas accesibles pues hay un desfile sostenido de cojitos e impedidos como en el cuadro que pintó Sorolla con los baldados del San Juan de Dios. Las campanas de la iglesia tienen una voz muy hermosa cuando llaman a fiesta, pero el edificio en sí parece un cruce de acelerador de partículas y casamata de la Wehrmacht. Nos veremos en setiembre, si Dios quiere.

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