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La investidura, después de los Juegos

Esta semana, Mariano Rajoy ha podido apuntarse un gran éxito. Un éxito eminentemente rajoyista, pues se basa en que no se haya adoptado una decisión que parecía inevitable: finalmente, la Comisión Europea no multará a España por incumplimiento del déficit. El motivo es, una vez desbrozamos la literatura, más o menos el de siempre: hay que apuntalar al Gobierno obediente „conservador„ que tenemos en España, no sea que acabe llegando un nefando populismo a sustituirle. En tiempos de brexit, no hacer mudanza. Y como Rajoy es partidario de no hacer nunca mudanza, todos contentos.

El truco de la presidencia en funciones, que ha seguido al de las inminentes elecciones en España, ha servido para que Rajoy pudiera esquivar, durante años, los requerimientos de la UE para profundizar en las reformas (léase recortes), más o menos con las mismas tácticas de dilación y galleguismo con las que se apuntó su gran éxito de la legislatura: evitar el rescate, que se vio durante meses como algo inevitable (recuérdese que, al poco de llegar Rajoy a la Moncloa, y a pesar de contar éste con una holgada mayoría absoluta, se hablaba de su sustitución por un técnico que aplicase los susodichos recortes).

Pues bien; no contento con ello, Rajoy ha culminado la función con un nuevo éxtasis de rajoyismo aplicado: terminadas las consultas del jefe del Estado con los partidos políticos, Rajoy acepta la propuesta del rey Felipe VI para intentar ser investido presidente€ pero no dice si se presentará, en cualquier caso, a la investidura, o sólo lo hará si su victoria está asegurada. Preámbulo de una situación similar a la que vivimos después de las elecciones de diciembre, pero con Rajoy muchísimo mejor posicionado que entonces, pues cuenta con el aval de su sustancial mejora en los comicios de junio (y con la caída o estancamiento de los demás): Rajoy, ganador de las elecciones, se sienta a esperar a que lleguen los apoyos a su investidura; y si no llegan, no irá, prolongando un peculiar limbo jurídico muy del gusto del presidente del Gobierno, en el que no se hace nada, no se adopta ninguna medida, y al final€ el tiempo provoca que las cosas caigan por su propio peso.

Esto es lo que, previsiblemente, acabe sucediendo conforme pasen las semanas. Por la vía directa, es decir, a raíz de esta ronda de consultas, o por la indirecta (tras una nueva ronda de consultas que conduzcan a un nueva proto-investidura para Rajoy, esta vez con los apoyos necesarios). Rajoy se sienta a esperar el cambio de postura de algunos de los partidos que hoy dicen que se abstendrán (Ciudadanos) o que votarán en contra (todos los demás), pero que también han dicho que unas terceras elecciones son inimaginables, que no dificultarán la gobernabilidad, y que el país necesita un Gobierno. Si dicen todo eso, en buena ley, y puesto que también han renunciado a formar mayorías alternativas, € ¿cómo podrán negarse?

La apuesta de Rajoy es que, al final, no podrán. El candidato del PP tendrá que hacer lo que más le gusta: esperar. En el lado negativo, no logrará la investidura para el día 5 de agosto (comienzo de los Juegos Olímpicos y, previsiblemente, de muchas horas de asueto del presidente del Gobierno ante el televisor). Pero esperar es lo que mejor se le da, y ya vimos, tras las elecciones de diciembre, que a sus rivales no tanto. Y, por último, en todo caso, si no hay investidura, mientras tanto Rajoy continúa como presidente en funciones. Sin hacer nada, gestionando el día a día, y parapetándose en su interinidad para no tomar ninguna decisión€ y evitar que otros la tomen por él.

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