El honor de Iñaki Urdangarin vale un euro. El Supremo ha valorado el «daño moral» sufrido por el cuñado del Rey con menos generosidad que los presidentes de clubes y gobernantes del PP, que le pagaban a más de diez mil euros el folio. Con el agravante de que el balonmanista envió espontáneamente a Diego Torres los correos con sus andanzas sentimentales, fiándose de quien nunca debería haberlo hecho un asociado de la Familia Real. En Estados Unidos no habría caso judicial posible, pero ya sabemos que es un país poco honorable y nada respetuoso con las libertades. Las condenas por excesos en la libertad de expresión ennoblecen a menudo a los condenados. En especial cuando le han despojado de la luz y taquígrafos, Urdangarin ha sido dañino para los haberes del Estado y para la Corona. Un Rey ha abdicado por culpa de este personaje. La prensa se limitó a escrutar donde la autoridad, por ejemplo tributaria, mostraba una ejemplar permisividad. Desde el cinismo que caracteriza a los protagonistas del caso Infanta, los Borbón Urdangarin hubieran preferido la divulgación de sus inanes correos íntimos a la difusión de las actividades remuneradas que les han llevado al banquillo.
Sin ánimo de polemizar, las relaciones «afectivas» de los miembros de una Familia Real no «carecen en absoluto de trascendencia». Pregunten por Lady Di. No se puede tener una monarquía basada en la reproducción, y tratarla como una república electiva. Urdangarin arrastra en todas sus actividades a dos escoltas pagados con fondos públicos. Además, se especializó en comercializar la imagen familiar, ahora salvaguardada, mediante suculentos contratos públicos, lo cual obliga periodística si no fiscalmente a examinar el producto que vende. El Tribunal quiere desgajar a la familia real de la Familia Real, un divorcio más fácil jurídica que lógicamente. En cambio, es fácil ponerse de acuerdo con la sentencia en el precio. Todas las condenas por intimidades y honores inflamados deberían indemnizar con un euro. O menos.
