El profesor Fabián Estapé decía a sus alumnos mientras explicaba Schumpeter que «puestos a navegar en un barco, lo que tenéis que hacer es estar en la sala de palancas». Esto es lo que nunca hemos asimilado los valencianos. El veto no es al Corredor, sino al Arco Mediterráneo. La negativa no es para la infraestructura, sino para sus consecuencias. En época de Eduardo Zaplana se finalizó la autovía „sin peaje„ a Madrid. Antes y después de este logro radial se habló de la elemental consolidación del Arco Mediterráneo. Los catalanes se hartaron de esperar a los valencianos en la defensa del eje mediterráneo para el AVE que debería unir todo el litoral. Desistieron y lograron interconectar sus capitales. Los valencianos podemos llegar a Málaga y Torremolinos con tren de alta velocidad claudicando por Madrid.

En los últimos días han ocurrido acontecimientos notables. Mariano Rajoy ha tenido que sentir el vértigo ante la amenaza de nuevas elecciones, para volar hacia una actitud pactista con sus congéneres ideológicos por más que sean adversarios territoriales. En este caso, los restos de los convergentes catalanes y el reducto del Partido Nacionalista Vasco. Hasta Oriol Junqueras, líder de Esquerra Republicana de Catalunya, de la mano con Soraya Sáenz de Santamaría „Barcelona, segunda capital de España„ ha arrancado a Cristóbal Montoro 6.854 millones de euros para endeudarse. Los valencianos carecemos de partidos políticos capaces de alinearnos en el ranking influyente de la geografía hispana. El nuevo orden sitúa en la primera división española a Madrid, capital del Estado, con Barcelona „capital económica„ y el País Vasco, en toda la amplitud consolidada de su concierto fiscal.

En un alarde de cinismo, los líderes del Partido Popular de Catalunya „García Albiol„, Comunitat Valenciana „Isabel Bonig„, Murcia „Antonio Sánchez„ y Andalucía „J. Manuel Moreno„ han reclamado en Cartagena el Corredor del Mediterráneo y mejorar la financiación autonómica cuánto antes. No les da vergüenza la constatación de que si no funciona el mal llamado corredor, es porque ni Felipe González, ni José María Aznar, ni Rodríguez Zapatero, ni, por supuesto, Mariano Rajoy, han impulsado esa conexión ferroviaria ni la interrelación socio-económica del Arco Mediterráneo. El gran tabú en la política española de los siglos XX y XXI ha sido y es la cooperación efectiva entre Catalunya, País Valenciano, Baleares y la franja costera andaluza que se asoma al estrecho de Gibraltar. ¿Quién teme al Arco Mediterráneo? Los que recelan de su potencial y del alcance político de sus alianzas.

La encuesta del Centre d´Estudis d´Opinió de la Generalitat ha sembrado la inquietud. El independentismo crece al 1 % mensual. Aumenta el porcentaje de los que les gustaría que Catalunya fuese independiente (47 %) frente a otro 42 % contrario a esa idea. Si los independistas perdieran diputados, como se vaticina, se quedarían sin mayoría absoluta y el desconcierto estaría asegurado. Es posible que nadie saliera con la suya en el experimento que dañaría irremediablemente las dimensiones conocidas de España con Catalunya, tan lejos en los prejuicios y tan necesitadas, la una de la otra, en la realidad de la confrontación y la economía.

Los valencianos seguimos ausentes en la dialéctica entre las fuerzas centrífugas, de Catalunya y País Vasco, y las centrípetas, que necesita el Estado español para reafirmarse. Los valencianos nos movemos entre la carencia de fuerzas políticas con convicciones propias y la necesidad de alinearnos dentro de los bloques de acuerdo con nuestros intereses. ¿Cuál ha de ser el papel del País Valenciano en el Arco Mediterráneo? ¿Aliado con Catalunya, como exige la reivindicación de la financiación, las inversiones o el Corredor del Mediterráneo? ¿Fundido en el espectro españolista cuya experiencia ha sido negativa por siglos para los valencianos? Se necesitan respuestas consecuentes con la voluntad actual de los ciudadanos. La actitud que sirvió durante los últimos cuarenta años, llamados de Transición „¿transición a qué?„ con personajes diversos del perfil de los desaparecidos Emilio Attard, Fernando Abril Martorell o Manuel Broseta o el todavía activo Joan Lerma, ya no es válida ante un horizonte inmediato. Las fuerzas emergentes reflejan el reactivo de la indignación, que no se puede ignorar. Disponen de sustrato ideológico y de la legitimidad de quien no está marcado por la corrupción. Cuando se gobierna es imposible acertar en todo y sigue vigente el contrapeso de la resistencia al cambio en una sociedad con inercia conservadora y acomodaticia como la valenciana.

Es imprescindible que nos identifiquemos como pueblo si no queremos seguir siendo el hazmerreír del resto de España y de Europa. Hemos de defender nuestros intereses y de definir las afinidades con nuestros aliados para progresar en las sinergias. Solos o en manos de quienes ni nos valoran ni respetan, ya sabemos con amargura adónde vamos a parar. Nuestro destino no puede ser el de «apèndix del nord ni el de colonitzats del sud» en palabras del historiador Josep Fontana dedicadas al caso valenciano.