Una semana más, España sigue en cuarentena. Sedienta en su espejismo, ajironada, hecha butaca de mimbre, que no paciente, en la soledad del diván. Dentro de pocas semanas, por la temperatura y la lascivia, el país entero dejara de prestar atención y la formación de Gobierno se convertirá necesariamente en el expediente de la Gürtel: un asunto rocambolesco y sin aire, atrapado en su propio laberinto. Y que cansa, como los días grises, por la eterna languidez de la repetición. La política nacional, en su parsimonia, amenaza con ser sustituida por su negativo introspectivo. Y los periódicos se han dado cuenta: hasta el punto de que han hecho del Pokémon su Venezuela postelectoral. Es significativo que una sociedad tan de ruinas y pasado como la europea sucumba al caramelo de la nostalgia matando marcinanitos, con tanto Proust y Averroes que andan sueltos por ahí.

En los papeles achicharrados de la especie, cuando todo acabe, se verá como en un palimpsesto la silueta del tedio, que es una enfermedad que le da a la gente generalmente en el trabajo o en los momentos alucinados y poco imaginativos en los que no encuentra distracción. Distracciones hay muchas, consuelos pocos. Y si no, que se lo digan al rey, al que últimamente la prensa devota administra con grandes pompas de protagonismo, como si realmente, en todo este proceso, tuviera constitucionalmente algo que hacer y que decir. El papel de la corona, tan ornamental y chichinabesco, se parece al del primo inútil al que en épocas de estrés se le encarga poner la mesa mientras se dispone la comida y el ajuar. Un arabesco ceremonioso sin sentido y, además, retórico, que no tiene más fin que el de fabricar en todo este enredo un simulacro de ocupación.

Mientras aquí se nos llena el pecho y la voluntad de dólmenes „hay políticos que celebran estas cosas como si hubieran compuesto un ensayo sesudo y reivindicativo de mil páginas sobre el sitio en lugar de simplemente tener la suerte de estar en el lugar adecuado cuando se le pone administrativamente la guinda al pastel„, sus señorías alargan la bruma y ponen el piloto: esta legislatura puede que sea desesperadamente embrionaria, pero en sus dos asaltos ya consumados y quién sabe si también truncados se siguen desplegando los mismos vicios, la misma falta de respeto, en uno y otro sentido, a los que navegan en otra dirección.

Uno de los grandes problemas políticos y tal vez sociológicos que tiene España es que al otro no se le ve como distinto o, incluso, oponente, sino que se le despoja de legitimidad. Lo hace muchas veces la izquierda al no entender que los conservadores existen y están en su derecho. Y, por supuesto, también el PP, que no acepta que los de Podemos hayan llegado a las Cortes y les niega, mediante abucheos preventivos, cualquier muestra de respeto y de deporitividad. A más de uno habría que devolverlo al aula, donde puede que en un universo paralelo ya haya gente soporífera buscando a muñecos virtuales bajo la mirada sagaz de Albert Rivera, que regenera o degenera ya, puestos a regenerar y lo contario, hasta a golpe de cambalache y de sillón.