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La historia no los absolverá

Que la creciente ola terrorista del Estado Islámico, cuyos zarpazos golpean ya no sólo Oriente sino también Estados Unidos y Europa tiene uno de sus orígenes en la invasión de Irak patrocinada por Bush hijo, Tony Blair y, como comparsa menor, pero más entusiasta, nuestro José María Aznar, impulsores de la alianza militar que la perpetró sin la cobertura legal de la ONU, es un hecho indiscutible para los expertos en el terrorismo yihadista. Y acaba de tener una nueva confirmación en el contenido del reciente informe británico, el denominado Informe Chilcot, sobre las responsabilidades de Blair y su Gobierno en aquella invasión. Confirmación inapelable por fundamentada y ello a pesar de que en España los medios de comunicación controlados por la derecha traten por todos los medios, con motivo de la publicación del informe británico, de negarlo con el objeto, claro es, de salvar al "soldado Aznar" de sus responsabilidades en aquello que media España saliendo a la calle consideró no como un desatino del iluminado Bush hijo, sino como una expresión más de un intento de controlar la región y sus riquezas de crudo, esto es, como una aventura imperialista más del presidente norteamericano. Las conclusiones del Informe Chilcot, decíamos, son reveladoras acerca de esto. Tras siete años de pesquisas demuestran que no hubo nunca, como sí se dijo entonces, base legal para adoptar la decisión de la invasión, así como que la planificación militar para llevarla a cabo fue una verdadera chapuza. Pero, sobre todo, que los servicios de inteligencia actuaron de manera deficiente y que, en consecuencia, la apelación a la existencia de armas de destrucción masiva por parte de Irak (aun aceptando que eso fuera motivo suficiente para adoptar una medida de tal gravedad sin el paraguas legal de la ONU) nunca estuvo realmente confirmada. El informe deja también en evidencia que Tony Blair fue advertido de lo que en los siguientes años ha sucedido. Que la invasión de Irak podría desencadenar un fortalecimiento y una ofensiva de Al Qaeda, la organización terrorista más activa en aquellos momentos. Vinculación entre la guerra y el ascenso del terrorismo que hoy, tras hacerse público el informe, el propio Tony Blair ha reconocido, pidiendo perdón por su decisiva actuación en aquella invasión. La falta de planificación posbélica tras la derrota de Sadam Hussein fue, sin duda, el caldo de cultivo idóneo para el ascenso de esta ola de terrorismo yihadista que asuela el mundo. Respecto a la actitud de Aznar, las veintitantas menciones que se hacen en el informe de su intervención resaltan que no fue sino la de un socio menor que para compensar su escasa importancia tuvo que suplirla con un entusiasmo impostado que poco tenía que ver con el carácter secundario de su papel. Casi se puede decir que su entusiasmo al menos fue, incluso, mayor que el de Blair hasta tal punto que estaba dispuesto a seguir a Bush hijo, aun cuando Blair, que mostró ciertas reticencias, no aceptase las propuesta bélicas norteamericanas. Es cierto que presumiblemente las peticiones que han surgido en el Reino Unido de que Blair sea juzgado por su actuación en la invasión y guerra de Irak quedarán en nada. Y desde luego tal petición es impensable en los casos de Bush hijo y de Aznar. Pero lo que sí deja claro el Informe Chilcot es no sólo las gravísimas consecuencias que aquella invasión ha tenido para la desestabilización que sufre hoy aquel país y toda la región. Pero también para el futuro de Europa con sus secuelas de terrorismo y crisis de los refugiados. Además de dejar también como evidentes las graves responsabilidades que sus tres principales promotores asumieron con sus decisiones y actuación ante sus ciudadanos y ante la Historia. Y si las primeras, como dijimos, es difícil que se lleguen a depurar ya del todo, las segundas parecen inobjetables a pesar del ruido mediático de sus defensores. La Historia desde luego no los absolverá.

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