Hubo un tiempo en que los medios de comunicación serios (no todos lo eran entonces ni lo son ahora), prensa escrita, televisión y radio, sin perjuicio de sus preferencias ideológicas, tenían a gala la libertad de sus directores, redactores jefes y periodistas respecto de su trabajo; formaba parte irrenunciable de sus señas de identidad deontológicas. De ahí que la censura -y peor aún, la autocensura inducida- se convirtiera en una siniestra y despreciada referencia propia de dictaduras comunistas y bananeras. Ningún periodista que se tuviera por tal, que se respetara a sí mismo, habría consentido alterar su información, modificar su noticia, aplicándole una pátina de edulcorante silencio, de anestésicas omisiones, con el fin de ocultar al lector parte esencial de la información con el cínico argumento de que la ciudadanía no debe conocer aquello para lo que no está preparada como si fuera menor de edad o imbécil.

Pero hete aquí que cuando se producen noticias referidas a actos delictivos, por ejemplo en España, el lenguaje de los medios de comunicación da un increíble giro para alambicar de tal forma las cosas que difícilmente pueda conocerse quién o quiénes han sido los autores. Esos datos son conscientemente omitidos porque al lector no le conviene conocerlos: es menor de edad o idiota. De ahí que nos hayan acostumbrado a leer que han sido detenidas varias personas acusadas de cometer decenas de atracos y, aunque te empeñes en, no descubrirás qué nacionalidad tienen o de qué país provienen. El silencio se hace patente a menos que sean españoles. ¿Por qué no se puede decir que ha sido detenida una banda de rumanos, de españoles, de alemanes o de marroquíes? ¿Con eso estigmatizamos a todos los rumanos, españoles, alemanes o marroquíes? No, solo a quienes han cometido los delitos. Cuando se produce un delito de violencia de género leemos «violencia machista», referida al hombre. ¿Se estigmatiza con ello a todos los hombres? No, solo a quienes han cometido el delito. Pero tampoco en estos casos leemos la nacionalidad del hombre. ¿Por qué? ¿Se deduce en ese caso que son todos españoles puesto que los delitos se han cometido aquí?

La dictadura de lo políticamente correcto, del infantil buenismo, del mantra de la multiculturalidad, del complejo, de la insoportable presión de grupos minoritarios pero muy activos y ruidosos, ha conseguido que los medios de comunicación se hayan impuesto una autocensura inimaginable hace años; una suerte de cadenas dictatoriales y poco democráticas. A muchos políticos se les llena la boca de demagogia cuando dicen que van a recuperar, para disfrute del pueblo, parques y jardines «secuestrados» por aviesos y malignos veladores que impiden a los niños jugar en ellos, a los ancianos descansar en sus bancos y a la ciudadanía pasear libremente. Pero resulta que cuando esos veladores son obligados a retirarse contemplamos cómo esos idílicos parques y jardines son «okupados» por personajes de lo más ejemplares y deseables. Borrachos, pendencieros, drogadictos, mendigos profesionales en manos de mafias y prostitución. Todos ellos, sin el más mínimo pudor, se adueñan de esos espacios públicos defecando y orinando en sus parterres, vomitando, bañándose en fuentes protegidas, tirando al suelo las botellas de alcohol, peleándose, chillando a cualquier hora del día y mendigando -en muchas ocasiones con gran violencia verbal y amenazadora- a los clientes que están en los veladores de la zona. Con un panorama así, ¿cómo van los padres a jugar con sus hijos en esos parques? ¿Han visto a los ancianos sentarse a leer el periódico o a charlar en los bancos? No, están siempre «okupados». Pero, ¿dice alguien algo al respecto? No. ¿Publican los medios de comunicación la insoportable degradación de esos parques? Tampoco. No resulta políticamente correcto. Y pese a las quejas de los vecinos, de los restaurantes, de los clientes, no se hace nada, no es políticamente correcto. Los veladores siguen siendo los culpables.

Lo grave de esta insana censura, casi obscena desde el punto de vista del rigor informativo, del derecho a recibir información veraz, es que incluso muchos actos terroristas son en principio disimulados bajo eufemismos del tipo «estaba en tratamiento psiquiátrico»; «parece que no tiene nada que ver con el terrorismo islamista»; «no era refugiado»; «se trata de un caso aislado»; «las motivaciones no están claras»; «es un lobo solitario». Todo está permitido menos decir sin complejos que el terrorismo islamista nos ha declarado la guerra. Así lo explica el sociólogo Giovanni Sartori, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, al afirmar que ese Islam es incompatible con Occidente, no comparte los valores de tolerancia, ni los de igualdad entre el hombre y la mujer. Y recuerda que tras el millar de agresiones sexuales habidas contra mujeres en Colonia la pasada Nochevieja por parte de jóvenes en su mayoría marroquíes y argelinos, el Imán de Colonia dijo que los responsables no eran los jóvenes sino las mujeres que iban por las calles medio desnudas y perfumadas. Por cierto, los medios de comunicación alemanes intentaron ocultar la noticia hasta que se hizo insostenible. Como insostenible es esta nueva censura.