La corrupción y los chanchullos apenas producen sarpullidos. Debido a la sobredosis, la mayoría de los españoles se ha vuelto inmune ante los casos que se siguen destapando. Se ha acostumbrado al hedor que emana de algunas cañerías del poder y uno los efectos secundarios es la ceguera para ver más allá de las fronteras. El español ya asume la corrupción como un sustrato peninsular, como un accidente geográfico, y no se da cuenta de que al otro lado de los Pirineos también hay montañas de basura.

Quien piense, por ejemplo, que Rodrigo Rato es el único que ha ensuciado el sillón del Fondo Monetario Internacional (FMI), de la institución que es el guardián de la economía mundial y que exige «los máximos estándares éticos», solo tiene que mirar la lista de sucesores en el cargo de director gerente. A Rato le siguió el político francés Dominique Strauss-Kahn, quien renunció al cargo tras ser denunciado por violación por una camarera de un hotel de la Gran Manzana (caso del que fue absuelto), que fue imputado por su presunta relación con una red de proxenetas (caso del que también fue absuelto al demostrarse que era un mero cliente de prostitución), que apareció en los papeles de Panamá (como presidente de un fondo de inversión luxemburgués que ayudó a crear hasta 31 empresas en paraísos fiscales) y que está siendo investigado por la Fiscalía francesa por estafa en banda organizada y abuso de bienes sociales y de confianza en la quiebra del fondo LSK (que dejó un pasivo de cerca de 100 millones de euros y un total de 150 acreedores).

Tras la breve dirección interina del estadounidense John Lipsky, el FMI trató de recuperar su prestigio con la francesa Christine Lagarde, la primera mujer que accedió al cargo. Antes ya había sido la primera abogada que presidió el prestigioso bufete Baker&McKenzie y como ministra de Economía, Finanzas e Industria de Francia (anteriormente lo ha sido de Comercio Exterior) también fue la primera ministra del ramo en el G8. Incluso The Financial Times, poco dado a las concesiones cuando no hay un británico de por medio, la nombró como una de las mejores ministras de Finanzas de la Eurozona. Además de currículum tenía un perfil alejado del escándalo. Ex deportista de élite en natación sincronizada, es vegetariana, jamás toma alcohol y sus hobbies son el yoga y la jardinería.

Pero la primera mancha llegó en agosto de 2014, cuando el Tribunal de Justicia de la República imputó a Lagarde por negligencia en el uso de los fondos públicos. El caso se remonta a dos décadas atrás, cuando el controvertido empresario Bernard Tapie, expropietario del club Olimpique de Marsella, vendió la firma deportiva Adidas para entrar en política. De la operación se encargó Crédit Lyonnais, y Tapie denunció que el banco, entonces semipúblico, le había engañado en operación y le había hecho perder dinero. El Ministerio de Economía, al frente del cual estaba Lagarde, sacó el caso de los juzgados y organizó una especie de arbitraje para resarcir a Tapie, amigo del entonces presidente Sarkozy. Decidió concederle 403 millones de euros de fondos públicos, decisión que el Tribunal de Apelación de París revocó posteriormente. Se abrió entonces la investigación a Lagarde, que fue imputada por negligencia. La directora gerente del FMI presentó recurso ante la Corte de Casación y acaba de ser rechazado, con lo que finalmente será juzgada. Igual que Rato.