Se conmemoran cuatro décadas de la muerte de Cecilia, un 2 de agosto de 1976. A sus 28 años dejó un legado artístico muy valioso. El primer single llegaría en 1971 y no tardaron en consagrarse éxitos inmortales como Amor de medianoche, Dama, dama, Un ramito de violetas, Mi querida España o Desde que tú te has ido. Unas composiciones que adaptarían a sus voces artistas como Raphael, Mocedades, Julio Iglesias o Manzanita, entre tantos otros. La de Cecilia fue una trayectoria muy intensa. Tanto, como su vida personal. Inquieta e inconformista, lectora fiel de Valle-Inclán, pintora, además de compositora, destacó por sus letras comprometidas y críticas con la moral inquisidora de la época. Hija de diplomáticos, supo mantener la diplomacia suficiente como para reivindicar injusticias desde algo tan subversivo como el arte. Revolucionaria, valiente, cosmopolita, a quien, a pesar del reconocimiento mediático, España nunca le prestó la atención merecida. A Cecilia se la recuerda desde la nostalgia y la melancolía, quizá por esa trágica e inesperada muerte en la carretera después de una actuación en Vigo. Como Nino Bravo, Bruno Lomas, Juan Camacho o Manolo Caracol, el punto final de su biografía llegó demasiado pronto, a traición y con alevosía.

Con todo, echo en falta homenajes, recordatorios y activismos que mantengan su legado. Izar una bandera por esta cantautora rebelde e indómita, única en su género por mor de los 70, en donde se perseguía toda crítica, sobremanera tratándose de un discurso femenino y femenista, siempre silenciado. Estoy convencido de que todavía hoy el nombre de Cecilia deviene anecdótico por tratarse de una mujer. Ya quisieran muchos artistas presumir de tanta efervescencia artística sintetizada en esa trayectoria fugaz que marcó una época. La llama de su herencia artística se aviva gracias a los hermanos de Evangelina Sobredo, nuestra Cecilia. Por eso es de justicia recordarla y reivindicarla hoy, recién cumplidos los 40 años sin Cecilia.