Hay que aprender a envejecer con dignidad». Esta frase hecha se escucha cada vez con más frecuencia, quizás porque tenemos una pirámide poblacional envejecida. Uno de cada cuatro valencianos es mayor de sesenta años. La idea de la vejez digna está de actualidad, la tenemos en la maquinaria formativa de geriatras, psicólogos y sociólogos, amén de otros académicos, y está en el mercadeo de másteres y otros títulos.

Tengo la convicción de que envejecer con dignidad es una falacia, una muestra de la hipocresía de la sociedad en la que vivimos, y que muestra toda su incongruencia cada nuevo verano, época del año en la que el cuerpo enseña de forma más vulnerable los efectos del tiempo.

Alrededor de mil millones de euros nos hemos gastado en cirugía estética y medicina asociada, y diez millones son sus consumidores: mamoplastias, liposucciones, gluteoplastias, botox, lifting y peeling son algunas de las alternativas para frenar en lo posible los efectos de la edad, remedios que para nada está en consonancia con aquello del «saber envejecer con dignidad».

Ocupamos el quinto lugar de la Unión Europea en consumo de cosméticos, las empresas facturan 6.000 millones con estos productos. Junto a ello, la industria farmacéutica pone a nuestra disposición pastillas para recuperar el vigor sexual perdido, cremas para difuminar „que no borrar„ las arrugas, tintes para frenar la invasión de las canas... Pócimas, minerales y oligoelementos que nos prestan por un tiempo pequeñas dosis de juventud, aplazando el devenir del tiempo. O eso creemos.

No sé qué se entiende por el «envejecimiento digno», pero creo que es humano no querer envejecer. Podemos utilizar mil remedios y hechizos en contra del proceso vital, pero nada nos devolverá un enamoramiento con el estallido hormonal de cuando éramos jóvenes, ni la música nos hará vibrar como lo hizo en su día, ni los olores ni colores del verano ensalzarán nuestros sentidos como años atrás, ni el baño en el mar nos causará las mismas sensaciones que aquél primero, ni las fiestas del pueblo con su verbena y el aroma a campo nos harán sentir igual, ni estrenar coche „por muy alta que sea la gama„ supondrá que volvamos a experimentar lo que sentimos cuando hicimos nuestros primeros kilómetros con uno de tercera mano. No voy a encontrar nada que me devuelva la juventud o incluso una temprana madurez alejada de la vejez.

Saber envejecer, hoy por hoy, y visto el negocio que ha generado, es tan solo para aquellos que no les queda más remedio que saber envejecer.