En el momento que escribo esta columna ya han bajado las temperaturas y llueve en el Levante español. ¿Lluvias en verano? Sí, y menos nos debería extrañar si se trata del mes de agosto. Estos 31 días, nombrados en honor de Octavio Augusto, el primer emperador romano, el mes en el que obtuvo sus mayores triunfos, marcan un cambio de tendencia en la distribución pluviométrica mediterránea.

La singularidad seca de nuestro verano viene dada por el anticiclón subtropical. Por mucho que la intensa radiación solar caliente el suelo y el aire suprayacente tienda a elevarse, el anticiclón se asocia con aire cálido en niveles altos, el cual, como un escudo, detiene cualquier intento de inestabilidad. Pero a medida que avanzan los días esas altas presiones comienzan a retirarse y dan opción a la entrada de aire frío en altura. Con aire húmedo y cálido en superficie, se da la oportunidad para las lluvias. Lo que observamos en el corto plazo de la escala meteorológica, toma categoría climática al observar los promedios mensuales.

El centro de la sequía estival es, sin duda, julio, cuando gobiernan las altas presiones sobre termómetros y pluviómetros. Los cerca de 40 litros de media que marca mayo, pasan a 27 en junio y ni siquiera llegan a 10 en julio. En agosto se promedian en torno a 20 litros. Los años más secos, por debajo de 300 años de media, en agosto apenas caen diez litros y vienen marcados por un otoño en que ningún mes alcanza los 40. En los años húmedos, por encima de 460, septiembre y octubre alcanzan los 90 litros, bien secundados por noviembre y diciembre, más allá del umbral de los 40 litros.

De momento, en Zucaina, el pueblo natal de mi padre, los ancianos miran al cielo esperando agua y, ataviados con sus chaquetas, ya comentan que al verano le quedan dos días. Veremos.

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