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Los espejos de Laura

Laura: «Ojalá la vida fuera como un espejo empañado cuando sales de la ducha. Ojalá pudieras enfrentarte a esa imagen en la que no te encuentras, donde sólo está el perfil desvanecido de tu rostro, sin miradas ni gestos, nada más que una nube de vapor almacenada en el cristal. Negándote. Haciéndote casi invisible a tus propios ojos. Ojalá en la vida pudieras pasar una toalla por el espejo y recuperar la normalidad, volver a verte, reencontrarte con lo que eres realmente sin estar deformada hasta resultar irreconocible. Ojalá fuera tan sencillo recuperar tu imagen y sentir que esa mirada vuelve a pertenecerte, aunque esté perlada por el agua. Ya sé que son tonterías, lo admito y lo asumo. Ya está Laura con sus cosas, diría mi marido si siguiera conmigo, pero hace ya dos años que atravesó el espejo y se convirtió en vapor de ausencia, un fugitivo del que sólo recuerdo que cuando me decía palabras de amor estaba pensando en otra.

No creo en las señales del destino pero poco antes de que me anunciara por un mensaje al móvil que se iba de casa me cayó mi espejo de mano mientras me peinaba, mi espejo favorito que llevaba conmigo tantos años como con mi marido, porque había sido un regalo suyo, y se rompió. Lo recuerdo como si fuera a cámara lenta. El espejo cayendo muy despacio, golpeando el suelo, el sonido seco, los cristales volando en todas direcciones. Y, como si mi memoria fuera una sala de montaje de una película, ese plano lento del espejo quebrado se fundía con la pantalla de mi móvil en la que se desangraba el mensaje de despedida. Desde entonces siento una extraña fascinación por los espejos. Siempre me paro delante de ellos y me observo, como si pudiera encontrar en ellos los restos esparcidos de lo que fui, como si fuera una buscadora de mis propios pedazos por paisajes en los que siempre soy una intrusa, convertida en vapor que una vez quiso ser lágrimas».

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