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Matías Vallés

Más falso que una encuesta del CIS

El CIS de Soraya Sáenz de Santamaría ha vaticinado unos resultados electorales que en ningún caso se darían en unos comicios reales. Para justificar esta inverosimilitud, basta acogerse al fracaso de los sondeos preelectorales correspondientes a las generales del 20D y el 26J. Pese a la insolvencia acreditada del citado Centro para diseñar un reparto ajustado de votos, su macroencuesta fue acogida con un clamor de titulares que utilizaban los datos como trampolín del modo verbal «se produciría», «ganaría», «obtendría». En ningún caso se arrancaba de la premisa elemental, la incapacidad unánime de los institutos demoscópicos para escrutar el fragmentado mapa político español.

La receptividad de los medios al sondeo probablemente erróneo del CIS se debe a que las falsedades adquieren un aroma de veracidad, al embellecerlas con números. Para concluir la evidencia de que el PP volvería a ser la lista más votada que no ganadora, resulta superfluo montar un costosísimo instituto sociológico. Sin embargo, este enunciado genéricamente protector parece más impreciso que pontificar al margen de la mínima exigencia científica que «el PP obtendrá un 32,5623 por ciento de los votos». La precisión inventada es balsámica, aunque multiplique el error de una estimación. De hecho, el Centro confiesa que los datos directos de la encuesta impiden la traducción en previsiones, y a continuación las efectúa.

Hay algo más falso que una encuesta del CIS. Las interpretaciones cabalísticas del sondeo que falló estrepitosamente en la predicción de las dos últimas elecciones generales tienen el mismo valor nulo que la macroencuesta. Los batacazos se inician en las europeas de 2014. Se pronosticó un solitario escaño para Podemos, que obtendría seis. No es un error de cinco eurodiputados, sino de un quinientos por ciento. La ruptura del bipartidismo desballestó los protocolos del Centro, una deriva que se hizo insostenible en las parlamentarias subsiguientes. En diciembre de 2015, se «garantizaría» una mayoría absoluta de PP más Ciudadanos. En realidad, la suma de ambos partidos se quedó a nada menos que trece diputados de ese hito. El pasado junio, el desastre fue tan radical en el reparto de escaños que hubiera obligado a dimisiones incluso en una empresa pública.

Los sondeos preelectorales del CIS son tan catastróficos que la apelación a la teoría de la conspiración resulta consoladora, frente a la alternativa de decretar la incapacidad predictiva del Centro. A menudo infravalorada, la irrupción de Podemos con 71 escaños también ha desorientado las brújulas de la transición. Sin embargo, quienes se apean de la sacralización ambiental de unos datos sucesivamente falsos, se arriesgan a arrojar al bebé con el agua de la bañera. Por ejemplo, se desprecia la útil valoración de líderes, donde la ocultación es improbable por la visceralidad aneja a una puntuación personalizada. Además, este apartado no se somete a la cocina que carboniza los datos de voto decidido.

El líder estatal peor valorado sigue siendo Rajoy. El mísero 3,3 sobre diez desaconsejaría la continuidad en una democracia avanzada. Este revelador índice ha desaparecido curiosamente de los sesudos análisis en torno a la encuesta del CIS. Se acatan los porcentajes esotéricos, se desatiende la expresión no modulada del sentimiento hacia los candidatos. Como mínimo, la puntuación del presidente del Gobierno en funciones demuestra que se vota al PP y no a su cabeza de cartel, por lo que su sustitución no habría resultado dolorosa. En segundo lugar, abundan las encuestas y pronunciamientos en que se pretende demostrar que los votantes del PSOE se equivocaron de papeleta, porque en realidad suspiraban por apoyar a Rajoy. Deberían compensarse con sondeos en que se preguntara a los partidarios del PP si estarían dispuestos a sacrificar a su líder no muy estimado, a cambio de conservar el poder para el partido.

Por vía indirecta y sin pretenderlo, el CIS vuelve a cumplir la función benéfica de demostrar que las negociaciones postelectorales no tienden a consolidar el marcador de las urnas, sino a anularlo. El mimetismo de las encuestas subsiguientes logra de carambola que todas ofrezcan resultados en idéntico rango, como si hubieran entrevistado a las mismas personas. Gracias a la coincidencia, el ridículo en las últimas generales fue masivo. No debe sorprender la obstinación en seguir difundiendo macrosondeos, nadie deja de ir al cine tras enterarse de que la película que ha visto pertenece al reino de la ficción. La única encuesta en la que nadie cree se publicó el 26J. Concluía que el PP no gana por lo necesario, y que el PSOE no pierde por lo suficiente. Está felizmente olvidada.

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