Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Desde la profunda vieja Inglaterra

Las más emotivas y cultas palabras sobre el significado de Europa las pronunció en una famosa conferencia George Steiner. Este glorioso intelectual judío alemán vive jubilado en Cambridge. No es de extrañar que habite suelo inglés. Inglaterra, a pesar de sus rarezas „ya saben, conducir por la izquierda, medir en yardas o freír con mantequilla„, es el más europeo de los pueblos si tenemos en cuenta sus valores más comunes, en especial su espíritu civilizado, su gusto por las tradiciones y la historia además de beber y cantar en grupo. Una religiosidad light, la pasión por el deporte, las apuestas y el fair play, el respeto a la opinión de sus ciudadanos y el sentido del humor terminan por configurar el perfil del arquetipo inglés.

A los ingleses „que no a todos los británicos„ les ocurre un poco como a los vascos con España, que a fuerza de ser los más profundamente españoles quieren ser otra cosa. Pues eso, parece ser que les sucede a los ingleses, que siendo característicamente europeos se han acogido a sus cuatro maniáticas peculiaridades para darle a Europa en las narices. Tampoco es de extrañar. Hasta hace poco, Inglaterra gobernaba un imperio mundial, desde el centro de Londres a sus antípodas, y fruto del mismo es la extensión de su idioma como lengua franca universal y una asimilación masiva de culturas. El paisaje inglés lleva tiempo compaginado con restaurantes de curry indio, barrios asiáticos o personal africano. Digamos que los ingleses vivían el viaje de vuelta del colonialismo con relativa dignidad y pragmatismo.

En los últimos tiempos tampoco le han hecho ascos al dinero petrolífero de los árabes. Las tiendas más caras de Londres están atestadas de señoras vestidas de negro absoluto. Por el leve respiradero que dejan a su rostro tapiado por el velo se distinguen pestañas postizas y coloretes. Llevan las uñas visiblemente pintadas y zapatillas de marca en su versión más fashion, con incrustaciones de pedrerías. Es una contradicción cultural. Pero todo el mundo traga. Se llevan los bolsos de Prada o los birkin de Hermés de tres en tres. Los hombres que vienen de los emiratos del Golfo conducen coches supersónicos que aparcan en doble fila. A nadie parece importarle. Para los árabes ricos, Londres es el paraíso y Harrod´s su templo.

Pero en Londres ya apenas quedan ingleses, me dice John, un laborioso granjero del oeste de Leicestershire, en cuyos condados se ha dado uno de los porcentajes más elevados de votos a favor del brexit, más de 20 puntos de ventaja para salir de Europa. No me dice lo que votó ni yo se lo pregunto. Admira a Churchill y trabaja sin desmayo. No sabe qué pasará en el futuro pero intuyo que entiende que su vida no cambiará en exceso por más que desde la City se difundan datos preocupantes. Cuando llegan los urbanitas a visitar su granja les explica las dificultades de la vida diaria en la hermosa campiña inglesa „cuando no llueve„ y los esfuerzos que supone dar sostenibilidad a esta ancestral forma de vida, amenazada «por los productos baratos que vienen de la China», dice.

China no está en Europa pero da igual. De la UE sí provienen los eslavos: polacos, búlgaros o rumanos que omitiendo destino en Alemania o Francia han penetrado a oleadas en la vieja Inglaterra. Les cuesta más hablar en inglés, trabajan en la construcción los que vienen con oficio o en subempleos como los taxis a pedales del centro de Londres o como hombres-anuncio de la calle ofertando pizzas y similares€ En la campeona Leicester o en la cercana Birminghan, dos de las ciudades más pobladas de Britania, son cientos de miles, a pesar de lo cual el brexit no tuvo recorrido en ninguna de las dos localidades, en especial en Leicester, un centro universitario con una importante e integrada colonia hindú.

O sea, que la emigración y la xenofobia no parecen estar en el transfondo del antieuropeismo inglés. Es en el campo, en las pequeñas localidades de las Midlands, el Norte y Gales donde ha calado el brexit, y en graneros históricos del obrerismo laborista. Así pues estamos ante una respuesta más atávica que cerebral, encabezada por los campesinos y obreros ingleses, temerosos del fin de un modo de vida en riesgo por la globalización que ellos han materializado en la UE retomando su ancestral y sarcástica visión del continente. Tampoco es de extrañar, los franceses les caen mal y con los alemanes se las han tenido que ver a tiros en un par de cruentas ocasiones.

A los españoles, en cambio, nos consideran gente simpática. Empezando porque es difícil encontrar un inglés que no haya estado nunca en España, casi siempre de vacaciones. John ha visitado Madrid y Mallorca, un granjero vecino ha ido varias veces a Málaga€ todos saben dónde está Benidorm o Ibiza, y Sharon cree que el equipo de fútbol de Valencia está jugando por Inglaterra. Así es, le digo, «somos un viejo equipo de grandes triunfos pero que se ha globalizado con Singapur, y estamos a la espera». Hubo un tiempo, sí, que nos entrenó Claudio Ranieri, el mismo que han pintado en los muros de Leicester como si fuera un Julio César futbolístico: «Veni, vidi, vici». En Leicester, hasta la fecha, les gustaba más el rugby gracias a su gran equipo, los Tigers, pero en eso también las cosas están cambiando.

Compartir el artículo

stats