Andamos preocupados desde hace meses en este país por ver quién va a gobernar al final, como si de ello dependiera realmente el futuro de sus gentes. Pero en realidad habría que diferenciar entre lo que supone gobernar la cada vez más menguada cosa pública, y mandar de verdad. Hace ya bastantes décadas que los políticos no pueden realmente desarrollar un proyecto de gobierno independiente de las directrices que marca la economía global bajo los dictados del neoliberalismo. Más en concreto desde finales de los 70 del siglo pasado, con el inicio de los mandatos de Margaret Tatcher y Ronald Reagan, que desregulan la economía, adelgazan el sistema público y ceden el testigo del desarrollo al sector privado. Y ya no ha habido vuelta atrás. Desde entonces, los políticos se han dedicado ante todo a gestionar la deuda pública y a aplicar reformas estructurales impuestas, para poder seguir recibiendo préstamos que les permitan subvencionar la sanidad, las pensiones y los sueldos públicos. Pero realmente no podemos hablar de un proyecto político independiente con verdadero calado, no se puede hablar de poder de verdad.

Sí cabe distinguir entre políticos aliados a dicha cosmovisión, como el Bush del imperio petrolero o, más modestamente, Aznar en nuestro país; y otros que obedecen a regañadientes como el primer Felipe González „solo muy al principio„ u Obama, a quien ya le queda poco. Por lo demás, lo que verdaderamente marcará nuestra época será la técnica, más en concreto el rápido crecimiento del mundo digital, que ha revolucionado nuestra manera de trabajar, de relacionarnos, de mirar al mundo. Ante las nuevas tecnologías cualquier ideología religiosa o política se pliega, incluido el islam, que prohíbe muchas cosas occidentales, pero bien que utiliza internet.

En realidad, este modelo asentado desde hace ya casi cuatro décadas, no supone como vaticinó en su momento Francis Fukuyama, la sustitución definitiva de la lucha de las ideologías políticas por el pensamiento único de matriz neoliberal, donde la economía y la tecnociencia regirán definitivamente los destinos de la historia. Y no será así porque las bases biofísicas de dicho desarrollo ya han llegado al final de su ciclo de explotación óptima. El final del petróleo barato „en unas décadas„, el cambio climático „desde ya„, y el progresivo deterioro de los ecosistemas naturales en los que se apoya la economía real, van a imposibilitar el crecimiento continuo que necesita el capitalismo para mantener su buena salud. Así pues, las ideologías volverán, ya están volviendo, aunque no muy bien enfocadas de momento. Y este sueño con tintes de pesadilla, de un crecimiento infinito en un planeta finito y superpoblado, va llegando a su fin. Toca despertar.