La tecnología ha invadido las clases como no podía ser de otra manera. Su uso en el aula no es más que un reflejo de la importancia que tiene en el mundo en el que vivimos. Los profesores nos encontramos con alumnos nativos digitales que dominan los medios mejor que nosotros. Muchos de los que estamos en la batalla diaria de la enseñanza pertenecemos a una generación que se educó con fichas, los exámenes se pasaban a ciclostil primero y después en fotocopias. En muy poco tiempo tuvimos que abandonar la máquina de escribir y velozmente subirnos al bólido de la informática. Pasamos del MS-Dos a los sistemas Windows en un santiamén. En la educación que recibimos las tecnologías ya existían aunque obviamente eran diferentes. En los años setenta nuestros profesores utilizaban laboratorios de lenguas, proyectores de cuerpos opacos, máquinas de transparencias o aparatos de diapositivas.

Ahora, en las aulas el instrumento novedoso es el iPad que está sustituyendo las funciones de la carpeta e incluso del libro de texto. Nuestros alumnos tienen en sus manos una ventana abierta al mundo que difícilmente podíamos imaginar. Con el iPad se trabaja de forma diferente. Las ventajas son infinitas pero también aumentan considerablemente las distracciones. La mayoría de alumnos que usan iPad reconocen que se distraen más y admiten que les resulta más fácil estudiar en papel. El iPad se puede convertir en una bomba de relojería en el aula. Los juegos y las apuestas están al orden del día en las clases. Para el alumno, el engaño es mucho más fácil y ya se sabe que todavía existe la conciencia de que engañar al profesor es un logro personal del alumno cuando lo que demuestra es inmadurez y espíritu pícaro que ya sabemos en nuestra sociedad a dónde nos conduce. Los centros educativos deberán instalar cortafuegos poderosos, ya que los chavales con suma facilidad pueden acceder a contenidos muy perniciosos para su educación.

La figura del profesor se convierte en fundamental para motivar a los alumnos en el autoaprendizaje, su prioridad ya no radica en impartir conocimientos. La dificultad estriba en cómo conjugar la tecnología con el desarrollo de la capacidad verbal, memorística o de razonamiento. El profesor no puede ser un mero vigilante que asegura que todos los alumnos utilizan la aplicación adecuada. Debemos ver las TIC como un medio y no como un fin, exigen un esfuerzo de preparación por parte del profesorado y del alumnado. Improvisar entraña muchos riesgos. Lo ideal es que las TIC pongan al alumno a trabajar y no a mirar. Los alumnos podrán colaborar en el aula aportando conocimientos tecnológicos y mejorarán la enseñanza. Con la ayuda del profesor deberán ir discerniendo las informaciones fiables de las que no lo son. Sería bueno que consigamos despertar su espíritu crítico. Resultará primordial que los centros escolares se vuelquen en la capacitación sosegada de los profesores para que dominen las aplicaciones que pueden utilizar.

Podemos dotar nuestras escuelas de tecnología, inflar a los alumnos con las nuevas TIC, invertir nuestras clases, pero la esencia de la enseñanza se basa en el comportamiento humano de alumnos y profesores. Resulta obvio que hacer atractiva la educación significará un mayor aprendizaje de nuestros estudiantes. El papel del profesor seguirá siendo fundamental y el clima de la clase básico.