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Corrientes subterráneas

Tomás: «¿Has experimentado esa extraña (por inquietante, por placentera, por insegura) sensación de estar con alguien por primera vez como si os conociérais de toda la vida? No me refiero sólo a coincidencias amorosas, que a estas alturas de la película he pasado a considerar un asunto menor y en cierto modo engorroso, sino al encuentro inesperado con una persona que minutos antes no existía en tu vida y que, sin buscarlo ni esperarlo, se convierte en una presencia que, de estar dispuesto a darle una oportunidad, puede llegar a ser alguien importante. Es tentador creer en la existencia de almas errantes, pero mi escasa fe en la materia oscura de lo sobrenatural me cierra ese camino. Así que prefiero pensar, sin darle tampoco demasiadas vueltas para no marear la perdiz, que los seres humanos, ya sea por cuestiones genéticas y/o por las circunstancias en las que se desarrolla nuestra existencia, nos encuadramos en una serie de modelos básicos de comportamiento, y cuando dos de esos modelos se parecen mucho se establece una corriente de simpatía mutua y autónoma. Claro que para llegar a ese tipo de conexiones hay que poseer una cualidad poco habitual: la confianza. No me refiero a confiar de buenas a primeras en un extraño o extraña sólo porque después de media hora de conversación nos hayamos sentido a gusto al tener enfrente a alguien que parece entendernos, sino a nuestra capacidad para dejarnos llevar por el instinto (que, lo admito, lo admito, lo admito, tiene algo de sobrenatural) y dejar una puerta entornada para que la relación aún incipiente pueda tener una oportunidad de desarrollarse. Ahora que vivimos tiempos de falsedades y murallas transparentes gracias a las redes sociales y demás fosas de la verdad, dejarnos cautivar por la complicidad instantánea y urgente es casi una obligación».

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