El cardenal arzobispo de Valencia, tan dado él a polemizar, ha vuelto a ser portada por equiparar la ideología de género con el imperio nazi. Como ya está curtido en la batalla, supo escoger el escenario, la catedral de los valencianos que tiene de prestado. Porque con él, ni una misa como Dios manda puede haber allí. El día grande fue el 15 de agosto, Día de la Asunción de la Virgen, cuando se esperaba lleno. Y Cañizares no defraudó.

El purpurado hizo lo previsto: Dar el espectáculo. Y lo hizo a lo grande. Con todo su repertorio. Incluyó la política de igualdad entre hombres y mujeres entre los dragones que han amenazado a la humanidad. Unas palabras trasnochadas y machistas para vejar a las mujeres y describir una situación que nada tiene que ver con la realidad social. Y deslució todo el acto religioso y a la Virgen, que en su discurso, donde él se convirtió en el centro de toda la polémica, no se prestó atención a nada más. No paró ahí. Y la convirtió en una esclava del Señor. E invitó a los fieles a seguir ese camino. Y con ello no pudo agraviarla más. Y de paso, a todas las mujeres.

Una lástima, porque ese no es el mensaje. Y qué triste que el máximo representante de la fe en Valencia tenga una falta de respeto tan grande por la mujer. Y por su religión. Y que vergüenza me produce que suba a un púlpito, sin pudor, a expresar y a defender que lo que está bien es ser la esclava de un hombre. La Virgen fue una madre, según la doctrina católica. Y él, más que nadie, debería saberlo.

Muchas han sido las voces que durante esta semana se han alzado para rechazar sus palabras. Porque son inaceptables. Como mujer y como madre sumo la mía al agravio, él que tanto sabe de ellos. Y que rezó un rosario y ofreció una misa hace poco a la Mare dels Desamparats por un beso en un cartel. No espero sus disculpas. No espero ni su reflexión. Lamento profundamente leer sus titulares día sí y día también en los medios, porque me abochornan. Y esta herencia de llamarnos esclavas a las mujeres, de ofender hasta el punto de tener que acudir a los juzgados a colectivos sociales como LGBT o dudar de la pureza de emigrantes y refugiados sólo creo que mueve a la división, a la desigualdad y a la intolerancia. Y eso queda lejos, infinitamente lejos del calor que debería albergar su casa.

Una cosa más. Por ofender, me ofende que me llamen esclava cuando con mis impuestos, que para eso sí soy igual a un hombre, se compensa el IBI de propiedades que gestiona la Iglesia y que mantiene a gestores como él. Las mujeres pagamos la mitad de su casa. Aquí no hay esclavas, ni tampoco esclavos.