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La escena de al lado

Jaime: «Las mesas del restaurante chino estaban muy cerca las unas de las otras, así que podía escuchar sin problemas lo que hablaba la pareja de al lado. Como si estuviera sentado junto a ellos. Ella hablaba con voz firme, de engañosa suavidad, y él guardaba silencio con gesto cada vez más serio. Con indicios cada vez más claros de pesadumbre. Ella parecía muy convencida de sus palabras y las pronunciaba con una serenidad admirable, como si las hubiera elegido con mucho cuidado antes. Como si las hubiera ensayado ante el espejo o ante un tercero que la aconsejara. Su interlocutor mantenía la vista clavada en la taza de café que le habían servido humeante y que se había enfriado poco a poco sin que le hicieran caso.

Corto con sacarina.

Cuando ella terminó de hablar, él alzó la vista lentamente y la miró a los ojos. No hay nada que pueda hacer para que cambies de opinión, dijo sin añadir interrogantes con una voz apagada pero no temblorosa, y al hacerlo demostraba que la conocía muy bien. Más de lo que ella quisiera. Tal vez. La mujer negó con la cabeza aunque no era necesario.

Ana, sé que no soy un hombre perfecto... empezó a decir él, pero ella le interrumpió poniéndole un dedo en los labios en un gesto que parecía cariñoso. Demasiado cariñoso, a mi modo de ver. No, Mario, dijo, no te culpes de nada, eres una persona maravillosa, tienes virtudes enormes, pero no soy la mujer que puede apreciarlas.

Ahora me dirás eso de que no soy yo, eres tú, dijo Mario con voz ya derrotada. Ella guardó silencio. ¿Hay alguien?, preguntó él de golpe, ¿has conocido a alguien? Ana negó con la cabeza. Un silencio sin remedio se interpuso entre ambos. Gracias por la invitación, dijo él finalmente, y se levantó y se fue. Ana le siguió con la mirada hasta que salió por la puerta. Luego, giró la cabeza hacia la mesa de al lado y me miró con ojos dulces. ¿Contento?, me preguntó, ¿ahora me crees cuando te digo que haría cualquiera cosa por ti? Sonreí. Sonrió. Sonreímos».

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