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Recio

Pulpo a la valenciana

En el Mediterráneo no hay marea. Las aguas marinas y sus orillas se mantienen constantes. Todo sigue igual. En cambio en el Atlántico la marea cambia, sube y baja. Por eso Marea ha acabado engullendo a Podemos, fenómeno que algunos sueñan con que se produzca en Valencia. Desgraciadamente, la corriente constante en estas tierras es inversa. Siempre caemos deslumbrados por las excelencias centralistas y acabamos dejándonos arrastrar por sus propuestas carpetovetónicas. No es lo mismo el pulpo a la gallega que el pulpo a la valenciana.

Galicia vuelve a ser el ejemplo callado de autonomía acompasada. Al reinstaurarse la democracia en España, las únicas comunidades que tenían realmente tradición ambiciosa eran Cataluña y Euskadi. Una con el potencial económico de una burguesía concienciada y la otra una organización terrorista de presión temible. La solución que se aplicó a estas dos regiones díscolas fue crear un Estado de las Autonomías donde todos los países periféricos fueran iguales: el café para todos. Sin embargo, ante el malestar de estas dos autonomías se creó la clasificación constitucional de regiones y nacionalidades, que nunca se aclaró en que consistía. En última instancia, y para neutralizar a las dos rebeldes se incluyó a Galicia como «nacionalidad histórica» con el peregrino argumento de que durante la Segunda República se había votado su estatuto autonómico.

Valencia también tuvo sus proyectos estatutarios bajo la República, pero en Madrid nadie estaba por dar fuerza a la autonomía valenciana. Más todavía cuando en aquellos momentos el nacionalismo catalán había planteado doctrinal y económicamente la inclusión de Valencia dentro de la nación catalana. La injerencia se aprovechó para sembrar odios que hoy todavía no están erradicados. De esta manera el mitológico Reino de Galicia pasó a ser autonomía de primera y el histórico Reino de Valencia pasó al pelotón de los torpes. Todo esto con la colaboración de políticos autóctonos que han sido abundantemente homenajeados por sus desmanes.

Galicia no era apenas nada en aquel despertar autonómico. Galicia, paradójicamente, la creó Manuel Fraga, el ministro de Franco, cuando se convirtió en su presidente. Con todos los conocimientos que atesoraba en sus años de servicio a la España imperial, jaleó una «Galicia una, grande y libre» que llegó a separar sin muchas disputas la lengua gallega de la lengua portuguesa. Era una cuestión de prestigio nacional que la lengua catalana ya sabía de años ha, cuando marcó sus distancias con el provenzal y buscó la anulación de cualquier otra denominación.

Vemos en prensa que hasta nuestra futura vicealcaldesa Sandra Gómez ha recorrido estos días atrás el Camino de Santiago en lugar de recorrer el autóctono Camino del Santo Grial. Fue otro éxito de Fraga rescatar ese camino histórico y transformarlo en un fenómeno internacional, para beneficio del turismo gallego y su industria lúdica. Galicia ha ido, a la chita callando, mucho más lejos que otras autonomías especialistas en montar jaranas.

Por eso Salvador Vendrell, por poner el ejemplo de un compañero del periodismo que representa el pensar de muchos valencianos y valencianas, sueña con que el poderismo compartirá la plurinacionalidad estatal y alentará la independencia política valenciana, tal como lo ha hecho en Galicia. Desde otra grada lamentablemente creo que no será así, y que se intentará por todos los medios que aquello que evoque lo valenciano desaparezca en el batiburrillo de lo general. Ojalá me equivoque, pero todos los precedentes son demasiado evidentes. Galicia no es Valencia, como no es Cataluña, ni Euskadi, ni ninguna otra entidad que no sea Valencia. No sabemos proyectarnos, o nos lo impiden sibilinamente. Aunque sea más responsabilidad nuestra que de los otros.

El pulpo a la gallega es un ejemplo poco comentado. Asar las láminas de pulpo y adobarlo con pimienta es un plato conocido en todo el país, incluso en toda América, por la gran emigración gallega que hubo hacia aquel continente. En cambio del pulpo a la valenciana no habla nadie, ni lo ha visto anunciado nunca en ningún establecimiento local. La receta se puede encontrar en internet, y yo incluso la simplificaría un poco, con el permiso de Santos Ruiz, nuestro experto en estos menesteres. En Casa Lina, de Vinarós, probé un cefalópodo untado con allioli que merecía este nombre sin discusión, pulpo a la valenciana. Pero no se ha publicitado para nada. A la gallega parece ser la fórmula por antonomasia. ¿Cuándo tendremos una solución a la valenciana que vaya más allá del nombre y arraigue definitivamente en nuestra conciencia colectiva? O la encontramos o nos harán, como siempre, el abrazo del oso; o mejor dicho, del pulpo.

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