Dicen que Sánchez ha descubierto el sí del no; que diciendo no a Rajoy dice sí al progreso; que impidiendo un gobierno inquisitorial abre las puertas a uno libertario; que su no es un sí, una negación positiva, un prodigio de la nigromancia política solamente comparable al teorema de Pitágoras, a la geometría cartesiana o al binomio de Newton. Niega Sánchez y afirma; encaja toda la sustancia del sí en un rotundo no; supera la lógica tradicional y alcanza regiones inexploradas del conocimiento, donde las cosas no significan lo que parece que significan y los conceptos bailan al compás de un ritmo desconocido. Sánchez ha logrado la negatura del asentimiento; ha llegado al confín de la lingüística y ha doblado la esquina; ha enunciado el no más afirmativo de la historia, el más inclusivo, el más abierto; el no cuya existencia nadie sospechaba; el no misterioso; el no que permanecía oculto en las profundidades del saber humano; el no cuya comprensión requiere nuevas conexiones neuronales y nuevas orientaciones mentales; el no que pone a trabajar las partes inactivas de nuestro cerebro e invalida la semiótica, la semiología i la filología tal como las conocíamos: el no pero sí.

Es la refutación total de Saussure y la glosemática; la impugnación de los círculos de Praga y de Copenhague; la sentencia de ignominia y olvido para Chomsky, Alarcos, Martinet y tantos otros que desperdiciaron sus vidas recorriendo sendas equivocadas en la investigación de la lengua. Quién les hubiera dicho que de la política saldría el mayor hito lingüístico. Pedro Sánchez es una inteligencia privilegiada, un líder nato, un portento político de los que no nacen dos en un siglo. Asegura que no y, en realidad, está diciendo que sí. Pliega las acepciones de las palabras con la velocidad luz de su pensamiento. Convierte su no a lo que ha pedido el pueblo en un sí a cierto cambio espectral, vaporoso y tan arcano, sutil y aparentemente contradictorio que nuestro entendimiento ni siquiera lo vislumbra. El sí del no de Sánchez se nos escapa; está delante de nosotros y no lo vemos; aunque algo sacamos en claro: que no hace falta repetir elecciones porque ahora, con estos noes que son síes, el barco acabará llegando siempre al mismo puerto.