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José Sierra

Cuando se pierde hasta el apellido

La prensa, Levante-EMV, ha recogido en los últimos días diversos episodios, más bien tristes, referidos a la desaparición, esperemos que momentánea, de espacios emblemáticos del agua como el Pou Clar en Ontinyent, o el desconocido estiaje que afecta a ríos como el Clariano o el Albaida y que ha secado por completo sus cauces como no ocurría desde hace décadas o quizá como no ocurrió nunca. No son las únicas víctimas de una situación que de forma acomodaticia se atribuye genéricamente a «la sequía», pero que tiene mucho más que ver con un explotación incontrolada de los acuíferos y el nulo respeto que todavía se tiene por los espacios fluviales.

En Requena, el río Magro, apenas un hilo de agua desde hace una década, ya no fluye bajo el puente de Jalance, una joya medieval que sus autores podrían haberse ahorrado con los caudales actuales. Aguas arriba, en el río «Madre», origen del Magro, ya no surgen las fuentes que lo alimentaban en Caudete de las Fuentes. Literalmente, Caudete se ha quedado sin sus fuentes y su apellido. Lo relataba hace unos días nuestro amigo Juan Carlos, de Meteocaudete. Primero se secó la fuente de el Encañete, la más pequeña, hace cinco años. Luego la Fuente Grande, hace tres veranos, y esta semana ha caído el acuífero que suministraba el agua al único manantial superviviente, la Fuente Chica. Mientras, el acuífero que suministraba de agua potable al pueblo está inoperativo y desde mayo los camiones cuba suministran a la reputada por sus manantiales Caudete de las Fuentes.

¿Sequía? Quizá sí. Al menos en parte; pero es obvio que no es la única razón de este desastre que afecta a la C. Valenciana. Hay mucha responsabilidad atribuible a una nefasta gestión de acuíferos y al retraso en la intervención de las administraciones para regular la extracción del agua. Una explotación «sostenible», en la que se extrae tan solo una parte, elevada, de la recarga natural, no seca un acuífero. Algo falla, y lo peor es que muchos manantiales ya no volverán a brotar porque no las secó la sequía sino la mano del hombre.­

jsierra@epi.es

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