En pocas horas, en el Congreso de los Diputados estaremos votando si finalmente hay Gobierno en España. Es decir; si la legislatura avanza o permanecemos en la incertidumbre y el bloqueo. Los valencianos, como todos los españoles, asistiremos con expectación al resultado de una votación que tiene consecuencias directas en nuestra vida cotidiana.

No voy a reiterar, porque son sobradamente conocidos por la opinión pública, los argumentos sobre la necesidad de que haya pronto un gobierno y los que sostienen que la mayor responsabilidad de los políticos (pertenezcamos al partido que pertenezcamos) es contribuir a ofrecer soluciones y no a generar más problemas a la ciudadanía, que ya hizo su parte, votando en dos elecciones generales consecutivas.

Mientras nuestro país pasa por tan extraordinario momento, en nuestra Comunitat leemos y escuchamos declaraciones políticas del president de la Generalitat, el socialista Ximo Puig, que generan (aparte de sonrojo) mucha inquietud. Por ejemplo, dijo respecto a la aplicación de la sentencia que inhabilita a Arnaldo Otegi para presentarse a unas elecciones hasta 2021 que «no me agrada que se pierdan los derechos políticos de las personas» (sic). Reflexión política que se mimetiza con las de Joan Baldoví y líderes de Podemos, quienes tampoco les gusta que se cumpla esa condena, que consideran «un error».

Siendo muy grave el fondo del tema, quiero poner el foco en la otra lectura que tienen estas reflexiones del líder de los socialistas valencianos. La confirmación (si es que alguien tenía alguna duda) de que la izquierda valenciana ha pasado del mestizaje al mimetismo. Esquerra Unida se mimetizó con Compromís, Compromís se mimetizó con Podemos? Faltaba el PSPV, pero ¡aquí está!, dispuesto a perder su identidad moderada para ser uno más en el grupo.

Tienen los socialistas en este momento histórico la oportunidad de marcar la diferencia. Mostrarse como un partido socialdemócrata, de amplio espectro político, un partido de gobierno, con sentido de Estado. Pero han preferido diluirse, asumiendo los argumentarios de nacionalistas y populistas.

Emiliano García-Page en Castilla La Mancha, Javier Lambán en Aragón o Guillermo Fernández Vara en Extremadura, suceda lo que suceda en la sesión o sesiones de investidura, podrán tener un discurso propio ante sus electores. Pero en la Comunitat Valenciana se consolida la imagen de un PSPV que, como en Galicia, Cataluña o País Vasco, tiene vocación de minoritario a falta de discurso propio.

Para los valencianos, encontrar la diferencia entre el PSPV y Compromís-Podemos-EU va a ser harto difícil. Todo indica que en esa aventura del mestizaje no han logrado crear algo nuevo, sino sufrir el mayor de los riesgos cuando hay multi-pactos de gobierno, que unos partidos fagociten a otros. Es legítimo adoptar la posición política que se considere, a pesar de que los resultados electorales les señalan que no van precisamente en la dirección correcta.

Los socialistas valencianos se han mimetizado y asumido el tóxico patrón mental de sus socios de gobierno: aplicar el cordón sanitario al partido más votado por los valencianos, enfrentar, no gestionar y pensar que, solo siendo durante tres largos años la oposición de la oposición en la Comunitat, van a recibir en 2019 el respaldo de los electores. Confío y deseo que, sea por estrategia electoral o pensando en el interés general, los socialistas valencianos sumen en el debate nacional de su partido a favor de la moderación. Poner las luces largas ayuda a circular, a detectar obstáculos y curvas... En consecuencia, también a prevenir accidentes.