La controvertida nvestidura de presidente del Gobierno en España, además de carecer de precedentes en la forma,

que uno sepa, se gesta de unos modos que parecen por lo menos chocantes:

Uno: el radical protagonismo de los aspirantes a salvadores del candidato Rajoy, jóvenes recién llegados sin experiencia ejecutiva, presuntos de una derecha con veleidades de izquierda y en baja del aprecio electoral.

Dos: el manifiesto alborozo de los populares, veteranos en tareas de gobierno, por el salvavidas de Ciudadanos que hasta trocó en permanente sonrisa la habitual melancolía de Rafael Hernando.

Tres: las más de cien medidas propuestas que no dejan cabo suelto y parece que desbordarían la capacidad de cualquier

gobierno; y menos en precario.

Cuatro: la presunta disposición a asumir competencias de no clara concordancia con aspectos sustanciales del ideario popular, reformas del Senado, del poder judicial, desaparición de las diputaciones€

Cinco: la exigencia de expulsión inmediata de todos los imputados del PP por presuntas corrupciones sin esperar a que se sustancien los procedimientos en curso. Seis: la propuesta de modificaciones en la normativa sobre partidos y la implantación de elecciones primarias.

Siete: la amnistía fiscal y los retoques del sistema tributario.

Ocho: el establecimiento de un complemento salarial garantizado, un plan contra la pobreza, otro contra el fracaso escolar y de fomento de la enseñanza pública.

Nueve: implantación de un plan social, un complemento a las rentas bajas y un contrato laboral único e indefinido.

Diez: la pretendida transparencia de gestión y el fortalecimiento de las instituciones...

Impuestos, empleo, contratos, pensiones€ No queda cabo suelto. Es comprensible que ahora surjan dificultades.

Pero, ¿por qué tratar de reformarlo todo ahora mismo si lo urgentísimo es evitar el naufragio? Dicho todo con las debidas cautelas de interpretación.