La RAE define egoísmo como «inmoderado y excesivo amor de sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás». Intrépida hipotética aclaración, dando a entender que el amor de sí podría medirse con una calculadora o mediante una fórmula aritmética. ¿En qué nivel rebasamos la desproporción? ¿Cómo mesurar la desmedida? ¿Acaso consideran inmoral el interés individual? Pienso esto a cuento de ciertas opiniones mundanas peregrinas, hábiles en mentar la bicha egoísta como quien ha sido poseído por el demonio. Hay un cierto egoísmo ilustrado muy poco en boga pero necesario para sobrevivir al menos a la mediocridad imperante entre los altruistas y «desinteresados».

Encontramos un claro ejemplo en el batiburrillo teórico sobre la descendencia. Entregarse a los vástagos, se dice, es un acto de amor ilimitado. Pche... Podría aceptarlo si no fuera porque, acto seguido, acusan de egoístas a quienes abogamos por una existencia libre de ataduras impuestas por la dictadura de la insociable sociabilidad, llámense hijos, pareja o vaya usted a saber. Esta idea alienta osados juicios morales de sobremesa: «los hijos son un gesto de entrega total», «formar una familia es una meta natural» o «renunciar a tener hijos es una decisión insolidaria, inmadura, egocéntrica». El caso es que este servidor conoce parejas y solteros felices -encabezados por mi persona- que deciden dedicarse a sí mismos, ampliando horizontes, librándose de amarras esclavizantes, pues, en esto de las convenciones sociales, clama al cielo la perpetuación de estereotipos obsoletos.

Me gustaría saber si es más egoísta quien libremente escoge una existencia sin hijos o quien los cría moldeándolos y martilleándolos a su antojo. Puesto que, como decíamos, calibrar el cuidado de sí resulta harto complejo, entiendo que esa supuesta renuncia por mor de las criaturas no deja de ser una decisión del «yo omnipresente»: perpetuar la especie, prolongar el árbol genealógico con sus delirios, neuras y vanidades, proyectar nuestras limitaciones y carencias en las vidas de los hijos, marcar su ruta existencial negando libertades y cosmovisiones disidentes con las imperantes en la familia... Así que, visto desde esta óptica, ¿quién mediría con exactitud el grado de egoísmo vigente en la vida de un sujeto? Ahora sólo falta que la RAE recapacite su significado. Y que algunos padres lean, ya puestos, la Ética como amor propio de Fernando Savater