Me infiltro en el curso «Neurofelicidad: psicobiología de las emociones» de la Universitat d´Estiu de Gandia. Empaparse de la savia epistémica de los psicólogos te facilita comprender el mundo, gravosa tarea desde que se puso de moda la cordura. Huelga decirlo, pero el planeta se va al carajo por cortesía de la piara de referentes morales, intelectuales y políticos de esta época. La existencia sería más llevadera si los poetas regularan el universo y no esos psicóticos disfrazados de normales. ¿Cuándo caerá el planeta tierra en que la tiranía de la normalidad se impuso por mor de la corbata, prenda usual entre los asaltantes del sistema? A todo esto, el susodicho curso cuenta con una aplastante asistencia de mujeres, no sólo porque sean más inteligentes e inquietas, sino además porque ellas piensan y sienten y descubren mientras ellos sólo planean marcar territorio, llámese poder, campo de fútbol o cargos públicos. Al grano. La estadística que aporta Raúl Espert, neuropsicólogo de la Universitat de València, nos sitúa próximos a la felicidad: un salario anual mínimo de 30.000 euros anuales aportaría satisfacción y estabilidad en el individuo. Si ganásemos 3.000 euros mensuales disminuiría la infelicidad. Ahora bien, sólo el 15% de los españoles dispone de este salario en la actualidad. De lo que se sigue que la felicidad ha sido sutilmente privatizada por la Unión Europea. Manuela Martínez-Ortiz, catedrática de Psicobiología, añadía que la felicidad es una cuestión de aprendizaje, de ahí la necesidad de reprogramar el cerebro, lo cual invita a cultivar nuevos hábitos de pensamiento. Un lenguaje positivo, capaz, desacomplejado, que permita modificar nuestro modo de enfrentarnos a la adversidad habida cuenta de las dificultades para reformar la testaruda realidad. Usted pensará adónde quiero llegar. Pues a la conclusión personal de cuanto aprendí en el curso, a saber: que la playa, chiringuitos y apartamentos de verano devienen mecanismos de distracción masiva para digerir la tiránica miseria salarial travestida de normalidad. Que la flora y fauna nacional se conforma con poca cosa. Su transitar vital de mercadillo le perpetúa en una suerte de insatisfacción delirante, pero, ¿y? Eso de trabajarse la felicidad y el cerebro requiere una tarea introspectiva. ¡A otro rollo y arriba los mojitos! ¡Pche! A fin de cuentas, ¿para qué la neurofelicidad?