Descubro que un amigo mío es globero. Se trata de Juan Armenteros, quien fuera mi profesor de Filosofía y muy versado en cicloturismo, de ahí su condición de globero, esto es, alguien henchido de orgullo por sus logros y retos dignos de compartir entre sus conocidos. Hoy ha recorrido 18,65 km en un pispás: «y eso que he parado a sacar dinero en el cajero», me asegura ufano. Se siente en mejor forma física que a los 20 años, así que hay concordancia entre su cuerpo y la mente, pues, aunque la mayoría de neuronas se atrofian con el tiempo, su sabiduría se ensancha como suele ocurrir en el caso de tipos insólitos, curiosos, atípicos.

Me envía una noticia con este dato terrorífico: agosto deja 16 saltadores base fallecidos al volar con el traje de alas (a 1.800 euros la pieza, por si se anima a emular a estos intrépidos aventureros). Se trata de saltadores que practican el «proximity flying», lo más parecido a volar pero sin paracaídas. Todo un periplo, sin duda, en el que, a juicio de mi mentor, sólo buscan subir la adrenalina: «Aumenta la sensación de estar vivo», comenta. Y como buen filósofo, añade: «Seguramente la muerte sea el momento más intenso de la vida». Sentir la libertad que supone devenir pájaro, los límites de la existencia, cierto, pero a un coste elevadísimo, tanto como la vida propia. Como discípulo suyo medito si todos los hombres desean por naturaleza incrementar la adrenalina. En cierto modo, hay algo de placentero en todo riesgo. La monotonía disminuye la cuota de adrenalina, quizá por eso están en boga los deportes de riesgo.

No entiendo nada. Pase esto del cicloturismo. A todos nos resulta razonable el riesgo de montar en bicicleta y explorar recovecos de la naturaleza, entretenimiento saludable a la par que aconsejable. Pero, ¿volar sin más? En mi caso soy poco amigo de los chutes de adrenalina en vena, prefiero un trato amigable con esta hormona generosa que, si nos esmeramos, también podrá acompañarnos en el sofá. Los riesgos del sofá son más humanos, amigos. Los deportes de riesgo son ciertamente novedosos pero nadie ha muerto de aburrimiento que yo sepa, ni leyendo a Tomás de Aquino, que ya es difícil. En otro tiempo la adrenalia subía en las verbenas del pueblo, o escuchando a Manolo Escobar, en gloria esté. Así que mejor guardar cierto respeto hacia la adrenalina. O a nuestra vida, vamos.