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Ni educación ni vergüenza

Hay imágenes que siguen valiendo más que mil palabras. Y con algunas de las vistas en el debate de investidura sobraban discursos y tanto paripé. No fui de los pocos que siguieron esas sesiones de tan escasa audiencia, pero con los resúmenes de los informativos me ha sobrado.

Rajoy y Sánchez, enemigos íntimos en esta larga guerra, se dirigen el uno al otro desde la tribuna sin merecer ni siquiera que su interlocutor lo mire. Algún asesor o gurú habrá decretado que la mejor imagen de desprecio es ésa pero a mí solo me transmite una evidente mala educación. Hablan de diálogo mientras se ignoran, en una representación de pésimas formas cuya imagen desmiente el bla, bla, bla. ¿Al menos se escuchan? Sobre estas bases mejor no plantearse consensos en política educativa, por si seguimos involucionando a peor.

Dicen que la cámara todo lo ve y es cierto en la mayoría de los casos. Los gestos delatan y a veces desmienten las palabras, no solo de los políticos. Hace unos días Aramís Fuster, presunta pitonisa y veterana bruja televisiva, volvió a «Sálvame» (no sé de qué sabor, disculpen) a hacer caja contando sus desgracias y salió escaldada. Su cojera no era tal fuera de plató y las imágenes la dejaron a los pies de los caballos burlones del programa. No está claro si la vidente no lo vio venir o lo tenía todo previsto. Su enfado y promesa de no volver a esa tele se ha desmentido enseguida: ha ganado una estancia en la cadena hermana Cuatro para asesorar a los amorosos participantes en las citas de «First dates». ¡Premio! Evidentemente la vergüenza cotiza a la baja en televisión y fuera de ella, en el mundo real y en las redes sociales donde tanto aspirante a famoso se exhibe sin medida.

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