El 1 de septiembre comenzó el otoño climático, es decir, el estadístico: los meses de septiembre, octubre y noviembre. La esencia de nuestro mal llamado clima mediterráneo es la sequía estival. Un ejemplo digno de manual es San Francisco, California. Entre mayo y septiembre no se superan los 10 mm de lluvia mensual, un claro contraste entre un máximo invernal y un mínimo estival. Las cosas no están tan claras a orillas del Mediterráneo, la región más extensa de este clima. La estrecha franja del Norte de África y Oriente Próximo sigue la norma y el invierno es la estación más lluviosa, aunque hacia la cordillera de los Atlas se tiende a un máximo primaveral. Pero al norte de la cuenca la variedad aumenta por las interacciones de un mar cálido que no baja de los 13ºC, un continente con fuerte amplitud térmica y un relieve compartimentado que favorece los vientos locales. En la península Itálica predomina el máximo otoñal, pero en el extremo sur, aproximadamente, la parte que cubriría el imaginario pie, ya se da un máximo compartido entre otoño e invierno que pasa a ser exclusivamente invernal en la punta de Calabria y Sicilia. Esa misma evolución del otoño al invierno se da en la península helénica y también de norte a sur, a la que se añaden los Alpes Dináricos, donde el máximo es de verano, motivado por el desigual calentamiento de las montañas. Por último, la Península Ibérica refleja la complejidad de su relieve, de montañas, llanuras y mesetas sobre una estructura maciza. El máximo invernal occidental y meridional rápidamente evoluciona a una hegemonía compartida con el otoño, mientras que en el interior los máximos se reparten entre primavera y otoño. Finalmente, es el otoño el que predomina en la costa cantábrica oriental, valle del Ebro y costa levantina.