Los excelentes resultados cosechados por Alternativa para Alemania en los comicios regionales de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, al norte de Berlín, han puesto en evidencia varias cosas: en primer lugar, el éxito electoral de la islamofobia y el ultranacionalismo, pero también el destierro del arco político de los Auténticos Alemanes, herederos del partido nazi, que habían resurgido en los últimos años con un 6% de los votos y, last but not least, la seria amenaza que suponen para la actual hegemonía conservadora del partido de Merkel.

Hablamos de una plataforma política que articula un discurso fieramente contrario a la inmigración y la acogida de refugiados, temas que conectan especialmente bien con una ciudadanía esquilmada por la crisis y cansada de la incapacidad „o la falta de voluntad„ de su clase política para resolver cuestiones como el paro y la mengua del estado de bienestar. Una ideología que se rebela contra la pérdida de una supuesta identidad europea católica a manos de los inmigrantes musulmanes, que aboga por rearmar los estados nacionales en detrimento de la Unión Europea y que, como el fascismo en su momento, carga con las culpas de todo mal a un chivo expiatorio que varía según las circunstancias: los judíos entonces y ahora los refugiados. Una pandemia que se contagia a cada vez más estados europeos, como lo demuestra la misma Alemania, hasta ahora inmune „como España„ a los embates electorales de esta nueva extrema derecha.

Como el resto de las derechas radicales europeas, Alternativa para Alemania iniciaron su asalto al parlamento alemán en pequeñas ciudades donde coinciden una alta tasa de inmigración y paro „ especialmente juvenil„ con unos políticos cada vez más alejados de los problemas reales de los ciudadanos. Su campaña «a pie de calle» ha conseguido que los socialdemócratas perdieran el 14% de los votos y ahora las encuestas vaticinan que se convertirán en la tercera fuerza política en el Bundestag después de las eleccciones federales del año que viene. Sus votantes mayoritarios son jóvenes varones con estudios de secundaria, trabajadores y mucha gente en paro.

Es cierto que Merkel ha intentado evitar su triunfo electoral con discursos tardíos a favor de la integración y la convivencia, pero no ha podido frenar el ascenso de un partido que nació en 2013 como plataforma, se catapultó mediáticamente gracias a sus manifestaciones islamófobas y se benefició ideológicamente de los atentados yihadistas en territorio europeos. Pero este triunfo del radicalismo y la xenofobia en el corazón de Europa no es únicamente una mala noticia para Merkel, sino para toda la democracia europea y los partidos que representan sus valores. Porque el impacto de estas victorias acaba traduciéndose en un la proliferación de iniciativas legislativas que limitan derechos básicos como la libre circulación y que son auspiciadas por los partidos conservadores tradicionales que intentan recuperar así el terreno electoral que les ha arrebatado la nueva extrema derecha. Y eso, aunque se trate de los comicios de un pequeño land alemán, es algo que acabamos pagando todos.