Una austríaca de 85 años despedazó 950.000 euros poco antes de morir. Fue su última voluntad: desmenuzar billetes de 100 y 500 euros después de que sus descendientes decidieran abandonarla en una residencia. Esta señora -suponemos que de carácter vehemente- decidió por consiguiente romper en añicos casi un millón de euros. La internaron cinco días antes de fallecer, o sea, nada que ver con otras historias de viejos solos y olvidados durante el resto de su existencia. La falta de datos relevantes por morbosos invita a usar la imaginación: ¿disponía de más dinero o la parca la llamó perfectamente finalizada su última gran obra? ¿Por qué no tomaba otra decisión trágica, ya sea repartirlo, limpiarse el trasero o donarlo a onegés? ¿Circula algún vídeo de su decisión salomónica? ¿Habrá película basada en hechos reales que aclare esta venganza tan hermosamente narrativa?

Me interesa una perspectiva sensata de la historia, así que pregunto a mi psicóloga -siempre lúcida y aguda- quien responde que quizá, más que un arrebato o delirio pasajero, el suyo era un caso psiquiátrico en toda regla. ¿Sería una loca y sanseacabó? Servidor prefiere imaginarla con las facultades mentales intactas e íntegras por darle mayor empaque literario a la historia. A mí me da que la suya fue una decisión meditada, tomada motu propio tras revisitar su genealogía y someter a balance pros y contras biográficos. Ejecutó, pienso yo, ese dictamen final, una decisión solemne e irrevocable: triturar la fortuna de su vida, metáfora de un transitar vital exitoso, quién sabe si arduamente trabajado, para demostrar a los suyos que el marxismo está por encima de todas las cosas.

Recuerden. K. Marx -con perdón- enseñó que el lujo es un defecto, tanto como la pobreza, de ahí el valor de ser mucho, nunca tener mucho. Una idea -el ser como estilo de existencia- expuesta en la obra Tener y ser de E. Fromm. Ya ven, una anciana filosófica donde las haya. La historia de un imperio tirado por la borda. Con todo, la suya ha sido una lección magistral de historia de la filosofía. Pensaría esta mujer, digo yo, que su dinastía aprendería tal lección con esa herencia. Herencia filosófica, claro.