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Aparta de mí ese "selfie"

En este río revuelto de la política, oxidado, cansino como una digestión de carnes empapadas en salsas de alto voltaje, en este hazmerreir y hazmellorar de sus señorías, que siguen cobrando como si el mundo alrededor no viviera con estupefacción lo que son capaces de hacer para no hablar de esa ofensa y agravio públicos al ciudadano, atónito, a punto de ser abatido, en este chape chape de diputados escondidos detrás de una nómina que no deberían de cobrar por ley, igual que no cobra el albañil que no hace nada en el tajo, no cobra el enfermero que no acude al hospital, no cobro yo si no mando mis artículos, en esa burla en la que, oh, milagro, todos participan como una Aramís Fuster que reconoce que ni es bruja ni es nada con tal de apurar sus últimos coletazos como farsante, en este abrevadero en el que un ministro dimite por mentiroso, pero al siguiente minuto, el Cid braceador Mariano Rajoy, el líder dispuesto a regenerar la política con un par de cojones, va y envía a José Manuel Soria al Banco Mundial para ganar 18.000 euros limpios de lodo, pero enfangados de vergüenza y adornados por el desprecio con que el Rajoy más emputecido y cínico retuerce la realidad, las palabras, y sus promesas. De nuevo, un engaño. Otro. Con la nómina entre las patas, antes de llegar a cobrarla, acosado por el escándalo de su nombramiento, Soria no ha dimitido. Lo ha echado la hartura de la gente, y Rajoy, de vuelta de China, en el avión, dicen que se hizo unos largos dando trabancadas de rabia porque no entiende a este país. De este mar de ofensa TVE se ha visto en la tesitura desquiciante de tener que hablar de la dimisión del cargo de un tipo del que, para proteger al PP y al Gobierno, ni siquiera hablaron de su nombramiento en el Telediario. TVE se autorretrata en cada informativo.

Rojo y Echenique. En este río nauseabundo de la política, de patos satisfechos y acobijados en el silencio cómplice, las teles se ponen flamencas y tratan de convertir el aparente rifirrafe en combustible del espectáculo. Estaba la otra mañana Pablo Echenique, secretario de organización de Podemos, hablando en directo para Espejo público con Susanna Griso, y se refería al escándalo de ese nombramiento, al triunfo ciudadano por no aceptarlo, a la nueva burla de Rajoy, a su desprecio por la verdad y a su amor por el truco, hasta que la presentadora dio paso a sus colaboradores. Adelante, dijo. Me quedé de piedra. Allí estaba Alfonso Rojo. Periodismo y Alfonso Rojo es como unir Rajoy y regeneración, salvo que la traiga, aprovechando su visita relámpago, comprada en un bazar chino. Que si tienes dado de alta a tu asistente „que trabajaba en casa del político„, quiso saber el intrépido cantamañanas. Desde el principio di explicaciones, contestó Echenique, y no sólo eso sino que no cometí irregularidad alguna, según la asesoría jurídica del caso. Eso sí, le soltó en toda la cara a Rojo, aquí tendría que venir con su trabajo hecho, y saber que esa persona hace meses que ya no trabaja conmigo. Rojo no se puso rojo. Se ponen rojos, cuando los pillan en estos tropezones, quienes tienen algo de decencia. Menos mal que esta semana, que he pasado en Vitoria yendo de estreno en estreno „octava edición del FesTVal, como miembro del jurado en nombre de este periódico y del grupo al que pertenece„, ha vuelto para explicar con humor, quizá la única forma de acercarte a ese fuego fatuo sin que te queme ni aniquile demasiado, el Gran Wyoming y su equipo. Ya era hora. En paralelo, un tal Suso Álvarez, cuadra Telecinco, saca mucho la lengua creyendo que saca el calabacín, y quizá por eso lo han sentado en el trono de Mujeres y hombres, sueño húmedo de miles de jóvenes. Supera eso, tito Wyo.

El diario de Uri. Como de Wyoming seguro que hablaré más de un día, ahí lo dejo, citado, emplazado, tranquilo de tenerlo a mano cada noche como espectador. Como Suso, con calabacín o sin él, me da igual lo que haga, diga, calle, piense o excrete, corro corriendo antes de que Cuatro „si no lo ha hecho ya„ retire Hazte un selfi, que pretendía hacerle cosquillas a Zapeando. Lo presenta Uri Sabat, un guapo de revista de los años 60, un joven que se esfuerza por ser uno más de la tribu de la generación nacida a finales del siglo pasado, a las puertas del nuevo milenio, y que se pone en mitad del plató dando paso, como hace la televisión de siempre, a los invitados, jóvenes que se distinguen de sus padres en que, digo yo, todo lo que hacen lo retratan y lo suben a las redes. Me puse a ver Hazte un selfi y lo tuve claro. Uri Sabat, que pone el dedo tieso, como si disparara, tic de muchos monitos de feria que se imitan unos a otros cuando se hacen la foto en el móvil, es la Patricia Gaztañaga de este principio de siglo, y Hazte un selfi el Diario de Patricia del siglo pasado enharinado en las redes, en las nuevas tecnologías, y por muy plagado de «youtubers», «influencers» y otros artistas del nuevo tiempo, no deja de ser un programa rancio de testimonios que aburre a las amapolas. Cada día un tema, unos testimonios de invitados que hablan sobre ese tema, y el presentador, como hacía Patricia, en mitad del plató leyendo las fichas para dar pie al invitado a que cuenta su historia. O sea, el Diario de Uri. Esta gente se hace fotos sin cesar, de forma compulsiva, o sube vídeos a Internet con sus historias. No hay que animarlos a hacerse un autorretrato. No hacen otra cosa. Sin embargo, don Mariano, por si le faltara algo, hasta en eso es de otro tiempo. Le hablan de «selfie» y se le tiñe el pelo sin pasar por la peluquería, ve una cámara y se da la vuelta. Un objetivo es su peor enemigo. Ese ojo escruta, vigila, desenmascara. Y él vive en su mundo de tinieblas. Que no lo saquen de ahí. Que nadie le enseñe el palo para hacerse el autorretrato. Que nadie me ponga la tele para ver la antigualla de Uri Sabat en Cuatro. Así que, cada uno con sus razones, yo, igual que Rajoy, también digo aparta de mí ese «selfie».

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