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Muntanyeta del MIM

El MIM de este año -comienza el 14 de setiembre y son cinco días que sacuden el mundo teatral- tiene como cartel un mosquito, animal hematófago como Drácula, que es un conde nada zumbón pero que domina como nadie la escenografía y la banda sonora de órgano, los crujidos y las rachas de viento gélido. El mosquito, además de ser muy marjaleño y de chupar sangre, inocula virus, zikas y lo que traiga en el buche, también el verí del teatre, por decirlo a la manera de los Sirera tal y como fue invocado por la alcaldesa, Raquel Tamarit. Fue en la Muntanyeta, restallante como un horno cerámico pintado a la cal, bajo un calor pegajoso, como de cera fundida. Lo corroboraba el zureo de las tórtolas sobre la cabeza del secretario de cultura, Albert Girona.

El veneno del teatro en Sueca se propagó, durante generaciones, con sainetes falleros y una de repertorio de Alejandro Casona. Y Paco Morán de primer actor. De ahí a la vanguardia del teatro gestual y mestizo, que mezcla rock y parodias, zancos y Stanislavski, gritos y turturros, caricaturas y funkie, hay no solo el transcurso de un par de generaciones sino un tejido de lealtades, una fiesta de complicidad. El buen rollo se ha mantenido un cuarto de siglo. Joan Santacreu, el joven director, puede ver más claro y más lejos porque Abel Guarinos le dejó el cesto tejido.

Hay bastante de eso que tanto se predica -participación de la empresa privada-, pero sobre todo, ya digo, hay una constante cercanía mantenida casi tres décadas por los mismos que se conjuraron hace mucho tiempo. Pintores, técnicos, periodistas, funcionarios municipales, actores, los de Yllana, los fotógrafos y el cocinero Ricardo Juan que, last but not least, nos sirvió una paella de pato y conejo perfecta de punto y de cocción homogénea. Es decir que a la Muntanyeta le volaron el corazón de piedra a puro barreno, le cubrieron las ojivas medievales y le arrancaron las raíces kársticas y el depósito de agua donde el pintor Miquel Guillem y un servidor queríamos poner un after y al final de los estallidos, fraguó el MIM: sesenta representaciones en cinco días.

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