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El Dr. no Sánchez

Aprovechando las merecidas vacaciones de verano, hemos vuelto a releer algunas obras de literatura valenciana, en su vertiente popular. Desde casi siempre estamos convencidos de que el regionalismo bien entendido es un sentimiento que no perjudica a nadie. La gente nace en un lugar concreto, a la fuerza, y con el transcurso del tiempo le toma afecto e incluso amor a las costumbres, el folclore, la cocina, el idioma o dialecto -sea el que sea- o las fiestas de su tierra, una mota de polvo en la inmensidad del Universo.

Lo fastidioso, para propios y extraños, es cuando el regionalismo lo transforman en nacionalismo intransigente, y sus ideólogos, cuatro chiquilicuatros y chisgarabís, difunden que más allá de la tierra -o pueblo- donde nacieron sólo hay enemigos. Se trata de un credo religioso («homines id quod volum credunt») y por tanto irracional; muchas veces peligroso, pendenciero y excluyente.

¡Con lo bonito, inofensivo, sentimental y enriquecedor que es mantenerse en el regionalismo, crisol donde habitan todas la culturas y culturitas autóctonas, sean de un lugar más o menos extenso o de una pedanía de apenas 216 habitantes, pero también con sus específicas «señas de identidad», sin casi odiar (o sin casi) a los vecinos y reivindicando pacíficamente la diferencia entre el arroz al horno de la localidad y el del pueblo de al lado.

Pues no hay manera. Hasta el más tonto aspira ahora a formar parte de una nueva «nación» (se anuncia un amplio surtido de naciones, a la venta en los grandes almacenes), mientras los sueldos están congelados y los «mileuristas» -o menos- aumentan, a la vez que ciertos políticos e ideólogos, de derechas antes y ahora de izquierdas (Compromís, PSOE, Podemos, las Mareas, etc.) nos confeccionan (corte y confección) una nación, para distraernos e implantar sus chuscas y zarrapastrosas «culturas populares».

Ya lo estamos sufriendo en Valencia. Decenas de grupos que no saben montar una obra teatral, tocar la flauta pero sí pintar deprimentes grafitti en los vagones de la EMT y los valiosos edificios históricos, representan la «nueva política». Verbigracia, la de Pablo Iglesias, quien en 2015, según su declaración de Hacienda, confesó unos ingresos de 119.709 euros. Además guarda, ahorrados en su cuenta bancaria, 125.437 euros, 80.000 más que en junio de 2014. ¡Está a punto de «alcanzar los cielos», según su eslogan izquierdista. Tampoco se priva de una segunda vivienda, en Ávila, ni de una moto de cilindrada media.

El Guapo, como le llaman a Pedro Sánchez en su propio partido, el PSOE, y se ofende, porque él no se considera Guapo sino Apolíneo, ignora, al contrario que los niños pequeños, que hay dos adverbios que usan cuando casi no han aprendido a hablar: sí y no. El que más utilizan es ¡no!, para reafirmarse y llevar la contraria a sus progenitores. «Progenitor A y progenitor B»: ¿se acuerdan de que Zapatero intentó incluir esta oceánica chorrada para que los padres registraran a sus hijos en la ventanilla administrativa correspondiente?

Sánchez, que ya habla de las «singularidades de los diversos pueblos de España» (pongamos Buñol, Pozuelo de Alarcón, Tolosa, Villar del Arzobispo, Sueca, Santa Coloma de Gramanet, Cervera de Buitrago, Tafalla, Alcublas, Jarandilla de la Vera, Luarca, Dos Hermanos o Puebla de Don Fadrique, entre otros miles) no ha aprendido todavía a decir sí, con lo fácil que es decir sí y hasta escribirlo: sí. Debió de ser un niño desobediente. «Pedrito, ¿te apetece comer cocido?», le preguntaba su madre. «¡No!», respondía. «¿Y un bocadillo de calamares?». «¡No!». ¿Y unas gambitas en gabardina?": «¡No!» Así hasta septiembre de 2016.

Le costará mucho decir que sí porque ha interiorizado el «No Apolíneo» (léase «Psicopatología de la vida cotidiana», de Sigmund Freud). Su mujer solo dijo «sí, quiero», cuando se casó con el Dr. No. Necesitamos urgentemente a James Bond - Sean Connery también sirve- para que ponga sentido común y de Estado en la guarida de Spectra.

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