Las temperaturas continúan elevadas, lo que favorece el ascenso del aire, que se ve estimulado por las entradas de aire frío en altura. La consecuencia son las tormentas, y con ellas llegan los rayos. Las nubes de tormentas son cumulonimbus, de fuerte desarrollo vertical, con corrientes de aire ascendente. Estas corrientes separan las partículas según su tamaño y su carga eléctrica: hacia arriba son elevadas las partículas más pequeñas de carga positiva, mientras que caen a la base de la nube las partículas más grandes con carga negativa. Cuando la diferencia de carga entre las partes de una nube, entre dos nubes o entre la nube y el suelo es suficientemente grande, surge una descarga en forma de rayo. El elevado calentamiento del aire que provoca genera su expansión y da lugar al trueno. Las últimas tormentas han generado miles de rayos, pero no es el Mediterráneo el lugar del planeta más propenso a que se produzcan a pesar de su temperatura y su relieve montañoso. Climas más cálidos y húmedos reúnen mejores condiciones y el gran infierno de los rayos se asocia a la Convergencia Intertropical, especialmente una mancha de elevada densidad que ocupa buena parte del territorio de la República Democrática del Congo. La densa selva contribuye al proceso ya que devuelve a la atmósfera la mitad de la humedad que absorbe, convirtiéndose en consecuencia y al tiempo causa del clima, en una maravillosa interacción. A sus valores (más de 70 rayos por kilómetro cuadrado y año) pero no a su extensión se acercan las elevaciones andinas colombianas y del oeste venezolano, el noroeste de Camerún y las laderas montañosas de Pakistán. Nuestro mar se queda en unos 15 rayos por kilómetro y año y es el nordeste español, en la confluencia del Mediterráneo y los Pirineos donde se alcanzan estos valores.

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