Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Multipactos

El domingo que viene hay elecciones en el País Vasco -y en Galicia-. Los sondeos apuntan a una victoria del Partido Nacionalista Vasco (Euzko Alderdi Jeltzalea) -y a una mayoría absoluta del PPG-. Cierto es que los sondeos fallan más de lo previsto en los últimos tiempos, según los sociólogos porque cada vez vivimos con convicciones más frágiles, todo lo contrario de lo que predijo Ortega y Gasset: «las ideas se tienen, en las creencias se está», pues la postmodernidad ha invertido los términos, vivimos con arreglo a nuestra ideología, convertidas las ideas en una forma no de pensar sino de llevarse por la vida, mientras que las creencias se evaporan.

Pues digo que si se confirman los pronósticos, dado que los vascos y gallegos son gente seria, que come muy bien y no se excede en barroquismos estéticos, el PNV ganará el próximo domingo aunque esperemos que el Athleti pierda hoy mismo. Ganar en el caso del partido nacionalista es conseguir el mayor número de escaños de entre todos los partidos en liza, un hecho con poca relevancia política por más que desde hace unos años el Partido Popular ha mareado lo suyo al respecto.

Ganar electoralmente en ese sentido es baladí, pura melancolía, monserga de ganadores y perdedores. Lo importante en nuestro sistema parlamentario actual consiste en formar gobierno, paso previo a tener controlado el diario oficial y la oficina de presupuestos. Y para formar gobierno hay que alcanzar la mayoría parlamentaria, por sí o con compañeros de viaje. Todo lo demás es mera cháchara.

El PNV, pues, ganará los comicios pero muy lejos del porcentaje suficiente para gobernar en solitario, de tal suerte que, en realidad, lo único que ganará seguramente es la ventaja diplomática para llamar con urgencia a quienes puedan coaligarse en un futuro gabinete o, como poco, a prestarle los votos en la cámara de Vitoria junto al parque de Florida.

Lo destacable de esta circunstancia es que el PNV, tras alguna que otra escisión, varios zarandeos internos y muchos años de gobierno vasco, ha conseguido un estadio político casi beatífico que le permite ser lo suficientemente elástico como para poder pactar con cualquiera, desde la derecha y la socialdemocracia española a los nuevos antisistema -cada vez menos- de Podemos y, por supuesto, con sus hijastros díscolos de Bildu. Con unos puede pactar por ser un partido de orden, con los otros por no ser carcas, mientras que los podemitas alaban la política social peneuvista y proponen imitar en España su renta mínima de inserción, los abertzales saludan la incorporación del derecho a decidir en el programa del PNV por más que sea a través de una redacción blanda.

Llega el PNV con toda la serenidad al 25 de septiembre, a la espera de pareja de baile -quizás, incluso, dos-, y además tiene proposiciones serias desde Madrid para ayudar a conformar el futuro gobierno español. Es decir, los peneuvistas están en condiciones de acumular el mayor poder político de su historia reciente, cuando en valores absolutos están bastante lejos de su mejor momento. Esa es la realidad, a mayor debilidad, mayor poder, paradoja del sistema de péndulos y pactos en el que estamos inmersos.

En Galicia, curiosamente, podría ocurrir justo lo contrario, que si el PP no alcanza el 51% de los diputados en juego, 38 de 75 escaños, obtendría un resultado estupendo y, sin embargo, sería expulsado del gobierno de Santiago a poco que se arreglasen los socialistas con el Bloque y las Mareas.

El ejemplo del PNV, por lo demás, es añorado por algunos sectores en Valencia a cuento de Compromís. Son muchos los tertulianos y cronistas al ala conservadora y liberal que postulan a Compromís como el último y necesario socio que necesita el PP español para formar gobierno de una vez. Hasta la patronal ha puesto el proyecto encima de la mesa soñando con las contraprestaciones del hipotético acuerdo: corredor mediterráneo, nueva financiación, grupo propio, acuerdo para la rebaja electoral valenciana... Ese momento, con los valencianos siendo jueces del tablero español, lo soñaron muchos políticos valencianos de nacionalismo moderado, desde Ximo Muñoz Peirats al mismo Paco Burguera, de Paco Domingo a Fernando Villalonga, incluyendo a empresarios con vocación social como Federico Félix.

La idea ha sido desdeñada por los socios más a la izquierda de la coalición, Iniciativa y els Verds, pero tampoco ha cuajado en el Bloc a pesar del historial de multipactos del ya veterano partido nacionalista valenciano, incluyendo bastantes acuerdos municipales con el PP en la zona de Castellón. Que se sepa, no hay debate al respecto. Antes al contrario, el cabeza visible de Compromís en Madrid, el bloquista Joan Baldoví, ha resucitado el activismo de samarreta al tiempo que propone un psicotrópico acuerdo de todos contra Rajoy. Para Baldoví, pactar con la derecha a cambio de proyectos y dineros es un cambalache político, una merma de la dignidad ideológica.

Se confunde Baldoví, la política es, precisamente, el momento en el que se alejan las posiciones morales más ortodoxas para dar paso al comercio, que no es pecaminoso sino todo lo contrario, es el intercambio que facilita la convivencia. Y puede que Valencia tarde en tener la partida habiendo ligado tan buen juego.

Compartir el artículo

stats