El conocimiento de otras lenguas es ganancia a corto, medio y largo plazo. La tribu prehistórica en su más remota esencia masculló sonidos mediante los que comunicarse. Alaridos y gruñidos ponían en su sitio a propios y extraños dejando claro, en cuestión de segundos, quien mandaba en la manada. Aquellas maneras evolucionaron multiplicando los fonemas guturales y ampliando las combinaciones en sus tonos. La intensidad de la fonación es descriptiva y así continúa en muchos idiomas africanos en los que el significado varía según la magnitud sonora -Lingala, idioma de la República Democrática del Congo-. A posteriori, surgieron culturas que desarrollaron aquella manera de relación mediante otros sistemas, saltando a la palestra la semiología que especifica con mayor inmediatez e impacto lo que se quiere comunicar.

Actualmente, aquellos rupestres gruñidos se actualizan, mediante bufidos y alaridos sofisticados en momentos álgidos de la interrelación. Hombres y mujeres en las arcaicas culturas apercibieron que no se entendían con otros congéneres procedentes allende sus asentamientos, gentes que se expresaban de manera extraña a la hora de explicar propósitos y deseos, por lo que los más avispados creyeron oportuno y productivo abrirse al aprendizaje de aquellas lenguas a fin de no ser sometidos sin saber ni cómo ni cuándo. Los siglos pasan y el meollo del asunto se mantiene inamovible. Estrategias de acoplamiento lingüístico favorecen las credenciales del humano cosmopolita y es preciso un nuevo glosario de vocablos que dinamicen el contacto global. La sorprendente marea de anglicismos adoptados es algo más que una tendencia que sube como la espuma en el día a día. En muchos escenarios sociales, empresariales, políticos, culturales y de toda índole el chorreo de términos ajenos a nuestro idioma se cuela por las fisuras de una cultura cotidiana que tiene complejo de inferioridad. Palabras que aturrullan al neófito causándole vacío de identidad, obligándole a secundar muletillas que van a rueda de los mercados. Porque una cosa es hablar un idioma extranjero y otra diferente colar en plena conferencia, o artículo informativo, un vocablo que el auditorio ni tiene idea del significado. En deporte la cosa está que arde y así hacer funambulismo sobre precipicios o entre árboles se denomina slackline, lanzarse desde un puente atado a una cuerda se llama puenting; sin hablar del tan sobado coaching que viene a diplomar a muchos individuos sin epígrafe profesional conciso. Actualizar e internacionalizar conocimientos no pasa por subirse al tren de los desvaríos lingüísticos. La R.A.E. que criba y potabiliza cuanto se aposenta en el léxico abre compuertas a novedades que nutren el embalse de la lengua, pero de ahí a que nos envolvamos en el celofán de expresiones bárbaras y excluyentes hay un gran paso. Estrategia, liderazgo, sinergia, empoderamiento; un sinfín de nuevos planteamientos que nacen remodelados a nuestra raíz idiomática comparten el uso con otros que se les han adosado como personal branding -"estrategia para descubrir el talento" (LMB Magazine 3)-, startup -emprendedores-, dress code -estilo de indumentaria-. Abiertos al norte de par en par se adoptan tales usos que se enquistan en las nuevas generaciones dejando fuera de juego a cuantos aún conservan anclajes culturales de posguerra; sexagenarios cuyos descendientes les informan de quehaceres laborales incomprensibles. Señores de nuestra lengua se quedarían patidifusos ante el imparable derretir de fonemas propios ante la llama foránea. Múltiples bacilos fagocitan palabras generando una mutación que bien podría ser síntoma de inseguridad generacional. El maduro parlante, en muchos casos, se ve obligado a la irrevocable actualización a fin de poder enfrentarse con cierta prestancia y actualización a la opinión pública y aún así el éxito no está asegurado.

Dogterracing -socialización del perro para poder ir a una terraza-, citibikecan -los perros disfrutan y comparten deporte y paseo con bicicleta- (V. Feriolo, educadora canina). Merchandising, photocall, live show. Hasta las clínicas aportan al glosario términos como digital smile desing o invasiling. En el plano creativo el salvador crowdfunding hace posible la materialización de proyectos que sin la financiación de un colectivo morirían en estado embrionario; mientras masterclass y premium son dos formas gramaticales que ornan el sector hostelero con ribetes de excelencia.

Hacer pinitos en el lenguaje es sabia medida pero el triple salto mortal en este ámbito conlleva riesgos obvios.