Decidí volver de mis vacaciones por la carretera nacional. Mi estancia en Calpe junto al Peñón de Ifach frente las aguas transparentes había sido algo accidentada, a pesar de perseguir yo el sosiego estival. El bálsamo de los sobresaltos fue la última novela de Eduardo Mendoza: «El secreto de la modelo extraviada». Cuando Mendoza retoma a su detective para situarnos en una Barcelona (que bien pudiera ser cualquier gran ciudad en nuestra Espapapaña) la risa que te arranca le saca a una de la impotencia ante la realidad neoliberal por doquier. Y lo que acontecía en los alrededores de Calpe eran incendios intencionados, difíciles de apagar por el cambio de los vientos mientras la policía municipal prohibía el aparcamiento de los coches en gran parte del pueblo y aledaños por la celebración de una contrareloj de la Vuelta Ciclista.

Miré con cierta nostalgia los camiones de RTVE, de televisiones extranjeras, de dinero privado invertido a chorros en la vuelta. Nada tengo en contra de la carrera ciclista.Añoro ese despliegue de medios en películas y series antes de la globalización, recortes y crisis financiera. Me joroba que en Calpe estén construyendo un edificio altísimo a pie de playa rodeado de la nueva moda de negocios de uñas, pedicura y pelos de cine. Cierro la maleta ante la mirada de la limpiadora rumana del hotelito que a su vez añora su país antes de la caída del muro de Berlín.

Desde Moraira hasta Dénia observo las laderas quemadas por el fuego.Bosques de pinos son ahora tierra gris. No obstante, sé que en Francia han retomado las huelgas y las manifestaciones contra la reforma laboral.