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Recoger calabazas o rodar una porno

Hace un par de días leímos en Levante-EMV la denuncia sobre un grupo de internos que 'controla' el centro de menores Ambrosio Huici del barrio de Russafa. Desconozco al detalle el funcionamiento de este centro y las opiniones que me llegan son algo contradictorias. Admito que, en ocasiones, un pequeño grupo o un hecho aislado provoca la mala reputación de un centro donde se puede haber trabajado bien. Así ha ocurrido en el caso del instituto Benlliure, cuya tarea de integración ha sido ejemplar desde hace décadas, a pesar de la metedura de pata en la regulación del caso de la estudiante con velo. Sin embargo, más allá de las responsabilidades, que deberán asumirse, me quiero fijar en la falta de perspectivas de esos jóvenes que intentaban grabar un vídeo porno con sus compañeras de centro. ¿Eso es lo que les queda? ¿Grabar una porno?

Esta semana he conocido a un chico de 20 años, estrella frustrada del fútbol, procedente de un país de África. Parece que es muy bueno, puesto que llegó a jugar en la selección sub-17. Procede de una familia muy humilde, del campo, aunque estuvo a punto de entrar en la universidad. Allí, un jugador de primera división tan sólo cobra unos 500 euros al mes, en un país plagado de corrupción. En una gira por Europa, al igual que hacen algunos deportistas cubanos, tomó la decisión de dejar el equipo y se quedó en Valencia como asilado. Ahora, sueña con integrarse en un equipo de categoría regional, en un pueblo del área metropolitana. Al mismo tiempo, desde las 7 de la mañana hasta las 4 de la tarde se dedica a recoger calabazas. Durante un tiempo estuvo viviendo en un centro de refugiados. Sólo le quedó un cheque de trescientos euros durante tres meses que le ofreció una entidad caritativa.

Curiosamente, el rey ha afirmado en Nueva York que hay que ayudar a reinsertar a los refugiados, pero la realidad es bien distinta. La hipocresía continua siendo la nota predominante respecto este tema. Por mucho que se recuerde en la tele, continúa existiendo un rechazo a ponerse manos a la obra en gestos concretos y anónimos. No hace falta acudir a un campo de refugiados de Grecia para poder ayudar. Cualquiera podemos hacer algo más más por este tema. Bastarían pequeñas acciones. Tal vez no sería necesario formar un equipo de fútbol de refugiados, sino simplemente mezclarlos con jugadores de cualquier otro equipo. Bastaría un estímulo de afecto, despertales una inquietud, un camino. Cada cerebro es un tesoro al que se le puede sacar brillo. Sin embargo, muchas familias no saben aún que sus hijos, enviados a Valencia como última oportunidad, están de momento condenados a la frustración. Es probable que ni ellos mismos sepan quiénes son. Está en nuestra mano ayudarles.

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