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Maite Mercado

El pelómetro

A Alejandro Sanz le funciona comprobar quién le pone los pelos de punta cantando para darse la vuelta en las audiciones a ciegas de «La Voz» y en la primera sesión se llevó de calle a los siete concursantes que le gustaron. Ni Malú, ni Melendi que volvía después de dos ediciones fuera, ni Manuel Carrasco que pasaba a la versión para adultos tras su paso por «La Voz Kids» tuvieron nada que hacer hasta que Alejandro dejó de girarse. La representante femenina reconocía que es normal: «Yo también me iría con él».

Algunos en las redes echaban de menos a la simpática Laura Pausini e incluso las muletillas de Rosario Flores, en un programa sin sorpresas que tiene sus bazas en el carisma de los «coach» en esta primera fase en el que actúan de examinadores. Estás dentro o fuera según lo sientan los artistas consagrados. Y ese sentir se convirtió en blanco de las quejas de los tuiteros críticos musicales que se quejaban de cuánto les gusta el flamenquito a los jueces.

Porque este es uno de esos formatos que se ven móvil en mano para comentar todo lo que pasa. Lo poco que pasa en realidad, por la cantidad de publicidad. El estreno de la cuarta temporada del «talent» fue un ejemplo perfecto de la televisión como escaparate de anuncios donde se meten contenidos para rellenar. Entre anuncios y más anuncios, una actuación. Por eso es muy relajado de ver mientras conversas con tu pareja, lees los tuits más divertidos o revisas las cuentas del banco.

Y mucha gente lo vio: cerca del treinta por ciento de cuota de pantalla y casi tres millones y medio de espectadores, cifras muy difíciles de conseguir en estos tiempos de televisión digital, bajo demanda y en streaming en que vivimos. Bien por «La Voz», un amable producto familiar, tan «blanco» que ni parece de Telecinco.

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