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A Barcelona por Madrid

¿Fue lo de Puig con Puigdemont un acierto en pos de la tercera vía o un desliz identitario por el que acabará pagando?

Como ha dicho el rey en la ONU la nuestra es una democracia madura y como tal, compleja. En el bancal valenciano esa complejidad se traduce en que una vicepresidenta pueda bailarse un twist entre melones un día y tirarse en plancha horas después sobre la superficie catódica glosando el drama de las residencias del terror. En una democracia avanzada también puede acogerse con aparente fascinación al president de Catalunya, prima donna en el parque temático independentista, que es como derrumbarse ante el hijo pródigo que se emancipa con desgarro. Ximo Puig fue esta semana como el hermano mayor de Cuatro: hizo de aguador para Puigdemont en su Gólgota soberanista.

Alarmas. ¿Debemos alarmarnos por estas cosas? Ni por asomo. Nuestra derecha siempre ha tenido la tentación de reprochar a esta izquierda una teórica confusión fusteriana sobre el principio de identidad de Hegel: «Se es una cosa porque no se es otra». Pero se equivocan en este lance. La cumbre valenciano-catalana celebrada esta semana rompe una dinámica de desencuentros institucionales para reconocer una hermandad de facto. Compartimos con los vecinos más intereses de los que nuestros representantes alcanzan a señalar o despreciar. Sólo hay que explorar los balances comerciales entre el Regne y el Principat.

Visión real. El jueves, en el almuerzo de la AED (Asociación Española de Directivos) el naviero valenciano Adolf Utor abundó en el asunto y alertó sobre el absurdo de seguir haciendo política sobre cosas tan serias. «Es dramático que un valenciano tenga que ir a Barcelona pasando por Madrid», dijo el presidente de Baleària. Así, el entendimiento de la CV con Cataluña debería ser un mandato para nuestros gobernantes, entre otros motivos porque serviría para combatir el progresivo empobrecimiento de los valencianos y la resignación ante la evidencia: estamos un 10 por ciento por debajo de la media del PIB español y seguimos pagando la fiesta. En Madrid se lo toman a chanza.

Puigdemont. Puig se ha servido del escaparate de Puigdemont para reivindicar la tercera vía, destacar sobre el ruido reinante y oponerse a la reduccionista y endemoniada dialéctica Madrid-Valencia. De ahí los intentos del Molt Honorable por normalizar las relaciones con Cataluña y por intentar propiciar, también, este puente si sirve para que España y el Principado transiten de nuevo por una carretera llamada cordura. ¿Qué hace el resto? Pues rasgarse las vestiduras alertando sobre el amortizado peligro del expansionismo catalán. ¿Qué me cuenta usted? Se trata de una rima asonante, sobreactuada, cortoplacista y no compartida porque hace tiempo que ni Compromís se mira en el espejo caduco pancatalanoide. Miren, la política es para gente práctica. El PP, esclavo de su discurso, tuvo un adelantado valenciano en materia de posibilismo: Eduardo Zaplana. Si nuestra patronal ha compadreado con el sustituto de Artur Mas, si hasta la jacobina Inés Arrimadas acompañó a la delegación catalana en su bajada al moro, si hay consenso en que es fundamental generar un frente amplio para que el Estado enfoque su política de inversiones hacia el este, las críticas por este baile con lobos suenan huecas y trasnochadas.

Apagón. Otra cosa es la invisibilidad. Llama la atención la omertá mediática nacional. Ni un segundo de información sobre la cumbre del Palau -no se puede vivir de espaldas al mediterráneo, dice Puigdemont- en los noticieros. Sin pantalla propia -produce melancolía el anuncio de la reciprocidad televisiva- la cumbre no trascendió. El poder mediático y político madrileño solo escucha a los dirigentes valencianos para zurrar o apuntalar a algún dirigente o alguna cuestión -ya sea Pedro Sánchez o el problema catalán-. Fuera de ese discurso vicario, lo valenciano es invisible. Si encima lo doméstico sufre el peso de la losa reputacional, caso cerrado.

El discurso del PP. La pregunta que debe hacerse el PPCV es ¿qué clase de relato debe aportar para que los valencianos les devuelvan su confianza? Amortizado el discurso del miedo sobre el anexionismo ¿qué piensan hacer? El PSPV tiene una idea, acertada o no: reivindicación de recursos justos, una financiación adecuada. ¿Cuál es el discurso, insisto, alternativo que tienen los populares valencianos para defender los intereses de los contribuyentes? ¿Sólo alertar sobre el peligro de la ruptura de España? ¿De verdad no tienen nada más? ¿No tienen un recurso identitario propio? Zaplana se zampó a Unión Valenciana y pactó el alumbramiento de la pacificadora Acadèmia Valenciana de la Llengua. Camps encayó aparatosamente tras mostrarse de cartón piedra -no fallero- con su iluminada visión de Antiguo Reino y los caballos de Troya de los grandes eventos. Fabra € Bueno Fabra es la nada ¿Acierta el PPCV con su peligrosa querencia de recurrir al viejo fantasma del anticatalanismo cada vez que trata de medrar en la oposición?

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