Leo una mañana en el Portal de Transparencia de la GV que el Director General de Calidad Ambiental y Cambio Climático está de viaje en Alemania para estudiar la implantación del SDDR en aquel país. Me alegra saber que nuestros gestores políticos se formen y conozcan de primera mano experiencias que quieran implantar Supongo que conocerá algunos de los problemas que los consumidores ya hemos planteado y que nos preocupan como ciudadanos que reivindican una mejora de su bienestar social. Y esta es la cuestión. Parece que algunos no saben muy bien lo quieren hacer y, por lo tanto, no saben qué tienen que decirnos. Y lo que ocurre es que, como de costumbre, los que acabamos pagando somos los ciudadanos.

De momento, ya nos insinúan que tenemos que pensar en hacer sitio en nuestras cocinas, a esta nueva fracción que ya no irá al contenedor amarillo. En el mejor de los casos, un ciudadano medio puede destinar 1m2 para cubos destinados a residuos y, a estas alturas, empieza a resultar casi imposible encajar más cubos en ese espacio. Y como esta realidad doméstica es pública y notoria, suponemos que nos subvencionarán las reformas en casa o por lo menos la compra del nuevo contenedor. Los consumidores queremos recordar que no todos los pisos son de 150 m2, ni tienen cocinas XL con 40 metros lineales de armarios.

Si nos llevan a un SDDR, en condiciones normales, o ponemos un nuevo contenedor, o decidimos que el cubo hasta ahora destinado a todos los envases, lo utilizamos sólo para los envases retornables. Si hay que reciclar, los ciudadanos reciclamos, pero hasta donde podemos. Y si no podemos meter un cubo nuevo, pues igual dejamos de llevar envases al contenedor amarillo y los llevamos a las maquinas de retorno. Es un sencillo problema de espacio.

De espacio y de ingeniería financiera en el ámbito doméstico. Sobre todo, de ingeniería financiera. Porque según nos dicen, habrá que adelantar un depósito que luego nos devolverán. Pues si adelanto un depósito, quiero que me lo devuelvan. Faltaría más. Prioridad de espacio para los envases por los que pago depósito.

Por tanto, los consumidores vamos a priorizar la fracción que asegure el retorno de un dinero, que no está el horno para bollos. Y ya puestos, si es en moneda de curso legal, en vez de en un vale que me sirve para canjearlo únicamente en el supermercado donde devuelvo los envases, mejor que mejor. Porque esa es otra cuestión que no nos explican o no nos quieren explicar. Los consumidores pagaremos en moneda y nos devolverán papel impreso para canjear, por compra, allá donde hayamos devuelto los envases. Nos despedimos ad eternum de los euros adelantados y de la libertad de elección de punto de compra.

No sabemos qué envases van a ir por esta vía. Parece ser que los de bebidas y refrescos, en plástico y metal, porque son los que según nos dicen, ensucian calles, playas, montañas y mares. Y es cierto, los plásticos inundan nuestros mares y los residuos son un problema. Pero si lo dicen, seguro que es porque hay algún estudio sobre la composición media de los residuos recogidos en estos lugares, donde se concluye que el problema son las botellas de plástico. Yo no lo conozco, pero si lo hay, querría verlo. Por curiosidad. Por compromiso con el medio ambiente.

Logística a parte, tengo la sensación, de que nuestros gestores ambientales no han reflexionado sobre lo que significa que algunos hayamos estado quince años trabajando la conciencia ambiental de los consumidores, explicando qué va a cada contenedor o qué no debe ir, para no entorpecer el reciclado. Deberían reflexionar sobre el escenario en el que nos quieren situar a los consumidores, que somos todos, y sobre que volvemos a la casilla de salida de la concienciación y de la información ambiental.

A día de hoy, los envases y los contenedores forman parte de una rutina para los consumidores. Un espacio en casa, un contenedor en la calle. Sin horarios. A demanda.