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Árboles de Jade

Cuando un gatito es feliz, tiene una impronta acrobática, vuela literalmente. Lo hace por él mismo, pero nos lo ofrece gratis. También los árboles aprendieron a levitar, siempre con su columna de savia, de sangre levantada hacia la ingravidez, sí, y con la piedra verde de jade en la boca, en la esperanza de la vida, eterna o casi. No es extraño que los místicos busquen el amparo de una higuera: es para aprender. Hace muchos años los vecinos de mi calle exigieron que una gigantesca araucaria (que habitaba el cielo de Buda) fuera tronchada por vagas razones de seguridad. Así se hizo y del viejo tronco parten ahora cinco cúspides como brazos de una estrella de Belén. Los árboles no se justifican: están.

Están y sólo recibimos de ellos favores, como ocurre con las higueras y plátanos de la calle Bailén, frente al AVE, que crecen en un solar, dicen que de Adif, desde mucho antes de que Adif existiera, cuando se llamaba Renfe y también la habíamos pagado nosotros. Dicen que quieren hacer una torre del Parque Central. Cada árbol es una torre, ya tenemos de eso, gracias. Ahora tratemos de ganar espacios, juego, manos. Ya entregamos a la ciudad, como hiciera Abraham con Isaac, un buen trozo de huerta al norte y muchísima huerta, casi toda, al sur. Nuestra fe en el progreso ¿Está suficientemente acreditada o aún no es lo bastante burra? ¿Cuánta turbiedad -diría Bob Dylan- debe acumular aún el Mar Menor (ya no se ve a ochenta centímetros) para comprender que ya tenemos muchos puertos deportivos?

Ya vimos que las expropiaciones son fáciles cuando se trata de huertanos de La Punta (aunque sus huertos cementados no alberguen ahora ninguna clase de actividad) e increíblemente complicadas cuando el dueño viaja con maletín y traje envuelto en una burbuja de lejanía. Con la vida no se puede ser lejano: te quedarás tu solo. Así que en Bailén -donde derrotamos al ejército más moderno de Europa-, ahí, también hay una batalla por el nuevo modelo de vida: una sola carne con el cuerpo taciturno de los árboles y la cabellera arrebatada por una algarabía de pájaros.

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