Es el año 2050. Acabo de llegar a casa después de un vuelo largo. Si has viajado frecuentemente, tu avión, como el mío, ha sido alcanzado más de una vez por un rayo. La energía del rayo no atraviesa la cabina ni electrocuta a los pasajeros, se descarga por la carcasa nueve de cada diez veces, dejando muy poca o ninguna evidencia del golpe del rayo. Sin embargo, los rayos producen pequeños agujeros en los aviones que son costosos de arreglar, ya que requieren una revisión minuciosa del avión y retrasan así la salida del vuelo.

Al bajar del avión, escucho el zumbido de decenas de pequeños drones sobrevolando el avión. Los drones están usando mecanismos sofisticados de captura de imágenes de la superficie del avión que luego transfieren a servidores en la nube cercanos a través de una conexión ultrarrápida a internet para identificar posibles problemas mediante un software complejo de inteligencia artificial. Los drones conectados a la red son capaces de encontrar rápidamente los daños provocados por los rayos y, más aún, de arreglarlos inmediatamente, para que el avión pueda dar la vuelta de nuevo en un abrir y cerrar de ojos.

Me dirijo al aparcamiento y me doy cuenta de que con el auge de los coches sin conductor hace tiempo que las autoescuelas han desaparecido. Sacarse el carné de conducir se ha vuelto obsoleto y más un hobby para románticos que una necesidad real. Las autoescuelas se han convertido en centros de formación que, mediante cursillos de un día, enseñan a sacar el máximo provecho a las nuevas funcionalidades de los vehículos inteligentes (por ejemplo, entretenimiento, planificación de ruta y vacaciones o teleconferencias).

Mi coche autónomo se está acercando. El coche ha leído mi deseo de ir a casa a través de un pequeño implante de comunicación cerebral que tengo bajo la piel del cráneo. También llevo varios sensores incrustados debajo de la piel para el control de la salud, como la presión arterial o los niveles de oxígeno.

Entro en el coche y la interacción con éste es casi humana, en cuanto a voz y experiencia. El coche se ha aprendido mis preferencias musicales, de temperatura e iluminación, que se ajustan sin necesidad de apretar un botón.

La tecnología de control por pensamiento es aún bastante reciente, pero en mi coche ya está en marcha. Los coches inteligentes controlados por pensamiento utilizan la misma tecnología que los veteranos de guerra para mover sus extremidades protésicas de forma remota. Es un mundo en el que, con el mero pensamiento, puedes controlar tu entorno, de la misma manera que la neurotecnología ayuda a un paciente paralizado a comunicarse con el mundo que le rodea mediante la actividad neuronal.

Y cuando llego a casa, estos mismos avances neurotecnológicos me permiten «hablar» con la arquitectura electrónica de mi casa para realizar tareas como encendido de luces o control de la calefacción. Los mandos a distancia desaparecieron hace tiempo y los aparatos caseros también funcionan a través del pensamiento.

Al mismo tiempo, el mundo de la nanotecnología está transformando nuestras vidas de manera impensable. Piel artificial, células solares pulverizables, partes del cuerpo auto-reparables, capas de invisibilidad y una gran cantidad de aplicaciones médicas a nivel de ADN que podrán crear y reconstruir partes del ser humano y el medio ambiente. Por ejemplo, las impresoras en 3D ya imprimen ADN sintético para repararnos desde el interior y regenerar partes del cuerpo, como un diente autosustitutivo.

Abro la nevera y encuentro unas fresas que todavía están ácidas. Mi médico, que se ha especializado en Big data y análisis de la información recogida por mis implantes y sensores, me ha indicado que tengo que estabilizar el nivel de PH, bajar mi colesterol y cuidar las intolerancias. Para esto no me ha recetado un medicamento sino un conjunto de Apps que se han convertido en los nuevos medicamentos preventivos.

Al lado del microondas tengo una nueva máquina que imprime comida en 3D con cientos de cartuchos de diferentes ingredientes y que uso para imprimir comida de manera rápida que evita mis intolerancias alimenticias y con la cantidad exacta de calorías y nutrientes que necesito. Esta misma máquina también dispone de un sistema de fermentación a través de bacterias inteligentes que se programan para cocinar y transformar los alimentos. Después de unos minutos a una cierta temperatura y nivel de humedad estas bacterias inteligentes han eliminado la acidez de las fresas y resaltado su sabor dulce. Las bacterias se han convertido en los nuevos cocineros.

Me acerco al piano, coloco mis guantes táctiles, que están llenos de sensores y actuadores y que son capaces de generar impulsos de corriente que mueven los músculos de mis dedos, y me preparo para una clase de música. Mi profesor es un maestro alemán que desde Berlín consigue impartir una clase magistral, haciendo que mis dedos se muevan a la misma velocidad e instante que los suyos, y así aprender a tocar el piano de forma remota. Sus guantes táctiles recogen todo tipo de información (fuerza, velocidad, aceleración, posición) mientras toca su piano. Esta información se manda a mis guantes táctiles que a su vez la convierten en impulsos a mis dedos, haciendo que toque mi piano como él lo está tocando. Y todo esto pasa a través de una red de muy bajo retardo y alta velocidad.

Abro el periódico y leo que la carrera más solicitada este año por los estudiantes es Filosofía. Nuestra vida entera está volcada en las máquinas, los ordenadores tienen mayor computación que nuestro cerebro, y el Big data se realiza de manera automática a través de la inteligencia artificial de esas máquinas. Todo es posible, todo es factible, lo importante no es qué podemos hacer, sino el porqué y el para qué, la filosofía, el hacer las cosas sostenibles, entender cómo nuestras acciones y la de las máquinas afectan a nuestro presente y futuro, el de los otros y lo que nos rodea. Volvemos a buscar nuevos sentidos a la vida. Las humanidades son protagonistas de nuevo, y a través de ellas volvemos a acercarnos a aquello que nos hace únicos como humanos. Y ahora, antes de ir a dormir, tengo que planear mi próximo viaje. Me siento delante del ordenador y empiezo a controlar un personaje de videojuego que está caminando por un mercado. Excepto que no es un juego. Es un robot que camina por las calles de Tokio, con señal de vídeo y audio. Es un robot de alquiler que me ayuda a comprobar el siguiente destino antes de aterrizar y desde el anonimato. Los robots se han convertido en el alter ego de las personas, entendiendo sus emociones y psicología, ayudándoles ejecutar tareas, estar en otro lugar, haciéndoles reír, ayudándoles a hacerse preguntas, pero también acompañándoles y aconsejándoles en su travesía por la vida.

(Esto es sólo un pequeño esbozo de lo que nos depara el futuro. Un futuro que se acelera exponencialmente debido a los grandes avances tecnológicos que cambiarán el mundo tal y como lo conocemos. No nos faltan desafíos. Hay mil millones de gentes que quieren tener electricidad, millones de personas carecen de agua potable, el clima está cambiando, la fabricación es ineficiente, el tráfico ahoga las ciudades, la educación es un lujo para muchos y la demencia o las enfermedades degenerativas nos afectarán a casi todos si vivimos lo suficiente. No obstante, los científicos y tecnólogos trabajan infatigablemente, se niegan a rendirse y tratan de encontrar soluciones, y estoy seguro de que lo conseguirán. Prepárense para el nuevo mundo que está por llegar).