Hasta el momento, la economía ha importado más que las personas. La crisis económica y los diferentes acontecimientos mundiales empiezan a situar a la persona en el centro del debate político y económico. Es el momento adecuado para replantearse el modelo socioeconómico que debe imperar en la sociedad. Si dejamos de analizar los datos macroeconómicos para empezar a preguntarnos qué le pasa realmente a la gente, cómo viven y qué posibilidades de desarrollarse de manera plena tienen, podemos ver claramente que hay modelos que no han funcionado como se esperaba, pese a los muchos avances que en algunos momentos han tenido. Si los datos demuestran que el 29% de la población acapara el 97 % de la riqueza mundial y que el 71% restante debe conformarse con el 3 % es evidente que algo ha fallado.

El modelo económico basado en el crecimiento del Producto Interior Bruto ha obviado algunos de los efectos perversos que genera para la sostenibilidad del planeta. «El crecimiento económico y la creación de riqueza han reducido los índices mundiales de pobreza, pero en todo el mundo han aumentado la vulnerabilidad, la desigualdad, la exclusión y la violencia en el interior de las sociedades y entre éstas. Los modelos insostenibles de producción económica y consumo contribuyen al calentamiento planetario, al deterioro del medio ambiente y al recrudecimiento de los desastres naturales», nos dice la Unesco al respecto. El mayor error de este modelo ha sido y es entender la economía como un fin en sí misma.

Y, obviamente, esta manera de enfocar la vida, de entenderla y comprenderla ha tenido y sigue teniendo consecuencias para la educación. El valor de la educación no siempre debe ser medido en términos de rentabilidad, competencia, empleabilidad o resultados de aprendizaje. Su gran valor son los intangibles que aporta a todas las personas y que las ayuda a crecer en todas las esferas de su vida, además y fundamentalmente de desarrollarlas como seres humanos. Como decía el Informe Delors (1996), la finalidad y el sentido de la educación es extraer los tesoros escondidos que cada persona encierra en sí misma.

Con esa intención, la de poner en valor a la persona frente a la economía, ha nacido el enfoque de capacidades desarrollado por Martha Nussbaum, colaboradora en el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo del Premio Nobel de Economía Amartya Sen. La base del enfoque radica en la igual dignidad de todas las personas, en el valor que tienen en sí mismas „no precio„ independientemente del lugar de nacimiento, riqueza, inteligencia o trabajo. La economía está al servicio de la persona y no al revés.

Este enfoque de capacidades se fundamenta, esencialmente, sobre tres pilares. La calidad de vida de las personas, teniendo como premisa que el trato igualitario a todas y cada una de ellas no significa necesariamente que se igualen las condiciones de vida de estas. No olvidemos que la calidad de vida no se mide únicamente por la riqueza, sino que entra en escena factores como la salud, la educación, la libertad, la democracia, las relaciones personales€ También, se basa en el concepto de justicia social, que no coincide siempre con el bien común, sino que tiene sus raíces en el concepto de dignidad humana y en el desarrollo de las capacidades de todas las personas.

Dos preguntas son clave en este enfoque: «¿Qué es capaz de hacer y de ser cada persona? y ¿cuáles son las oportunidades reales que la sociedad les ha dado para actuar y para elegir?». Y, en este sentido, la educación «es una clave fundamental de todas las capacidades humanas. Y, como hemos visto, es uno de los recursos más desigualmente repartidos por el mundo. [€] Nada es más importante para la democracia, para el disfrute de la vida, para la igualdad y la movilidad dentro de la propia nación, para una acción política eficaz más allá de las fronteras nacionales. La educación debería concebirse no sólo como una mera aportación de útiles habilidades técnicas, sino también, y en un sentido más central, como un ´enriquecimiento´ general de la persona a través de la información, la reflexión crítica y la imaginación», nos dirá la propia Nussbaum, en su obra Crear capacidades. Propuesta para el desarrollo humano. Este «mínimo social básico» que propone se define en diez capacidades centrales, que deben ser de obligado cumplimiento para todos los gobiernos en relación a todos sus ciudadanos, como condición ineludible de justicia social.

Precisamente, sobre estos temas y otros similares, y con la intención de profundizar en su reflexión, tuvo lugar hace unos días el VIII Congreso de Filosofía de la Educación en la Universidad Católica de Valencia, con la participación de más de 160 profesores e investigadores, en su mayoría pedagogos, sociólogos y filósofos. Entre ellos expertos como James Conroy, de la Universidad de Glasgow; José Antonio Ibáñez-Martín, de la Universidad Internacional de La Rioja; Antonio Bernal Guerrero, de la Universidad de Sevilla; Gonzalo Jover, de la Universidad Complutense de Madrid; Paul Standish, del University College of London; María Teresa Yurén Camarena, de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (México); y Juan Escámez, del Instituto de Teoría de la Educación de la UCV.