Me sumo a la irritación de tantas alumnas y alumnos de segundo de Bachillerato, desconocedores „ellos y nosotros, sus profesores„ de esa entelequia conocida como reválida. De tal bicha depende no su titulación „como bien informa Rafel Montaner en Levante-EMV (27/9/16)„ sino la nota de acceso a la universidad. Estaría genial afrancesar a los chavales, quienes ahora hierven y con razón, aunque les falte visceralidad y un plan organizado de protesta. Sólo así conseguirán acoquinar al conseller Marzà y a su séquito, gesto que correspondería a sus profesores „como este servidor„ si no fuera porque, desde hace mucho, el cuerpo docente deviene moribundo y marchito. Aquí nadie sabe nada, ni de la reválida, ni de contenidos concretos, ¡ni falta que hace! La lógica delirante de la educación nacional y autóctona rueda por sí sola, sobre la marcha, improvisando, tapando agujeros ajenos, cual gélido engranaje autómata, descarnado y deshumanizado, sin pasión y rebosante de desafección y monotonía.

Si el mito platónico de la caverna marcó un hito, el otro „el de la sala de profesores de cada instituto„ simboliza un submundo ajeno a la cruda realidad de un sistema educativo zombi. ¿Cómo es posible asumir sin rechistar tanta cuota de mezquindad política? ¿Hay alguien a quien le importen sus alumnos? ¿Y cumplir con su deber moral? Hemos perdido el norte, creo yo, obsesionados por la disparatada legalidad, desviviéndonos con las programaciones didácticas y burocratismos de diversa índole, dejando de lado, abandonado a su suerte, ese espléndido y vigoroso motor de nuestro quehacer, de nuestra economía, de nuestro futuro: el alumnado. La apatía moral de docentes, familias y Conselleria d´Educació escenifica una agonía existencial impropia de gente que se supone entregada, creativa y capaz. ¿Dónde ha quedado esa ilusión por una educación crítica, libre y autónoma? ¿Cómo digerir que, siendo un maestro quien toma las últimas decisiones educativas, todos bailemos al compás de un Ministerio de Educación indigno, ruin y chapucero? Entiendo que los alumnos quieran sacarse las castañas del fuego habida cuenta de la inoperancia de cuantos convivimos con ellos a diario en el aula. A fin de cuentas, la suya es una decisión ilustrada: abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo. En el otro bando, los docentes, ejemplifican las causas de tal minoría de edad: pereza y cobardía.

La situación resulta harto dramática. Pero, ¿y qué? Nos atemperamos a este gobierno en funciones, sin más, como en su día tragamos con el exministro J. I. Wert y sus fechorías „hete ahí la Lomce„ o también el amigo Font de Mora, hábil en sainetes y otro que, cual poderoso capo, salía por la puerta grande. Aquí todos salen airosos, o eso parece. Excepto nosotros los docentes, punto de mira de esta sociedad descreída e incapaz de aunarse para combatir las iniquidades de un cúmulo de gobiernos que campa a sus anchas sin defender los intereses de tantas generaciones de estudiantes. Quizá el panorama pintaría mejor si nos uniésemos, apuntando todos en la dirección correcta. Pues, para qué negarlo, el constante machaque a los docentes ayuda poco a despertar el espíritu de lucha que, a mi juicio, debiera caracterizarnos. Y, ante todo, dar voz a los afectados y protagonistas, que no son otros que nuestro alumnado, esos olvidados por un sistema educativo cuya meta última, a fecha de hoy, radica en una prueba absurda, inútil y desconocida de la que solo sabemos su nombre: reválida.