Dejando a un lado el lamentable espectáculo con que el Partido Popular nos ha obsequiado en las últimas semanas gracias a la cerril actitud de Rita Barberá de no dimitir de su puesto en el Senado y de su correspondiente inmejorable sueldo, cabe preguntarse si la política valenciana, representada por los veinte últimos años de dominio popular, ha tocado definitivamente suelo o si, por el contrario, los valencianos vamos a continuar en metidos en este bucle sin fin en el que estamos que nos hace conocer un nuevo caso de corrupción semana tras semana.

Los casos de corrupción que hemos conocido hasta la fecha nos remiten a una doble circunstancia. Por un lado, al hecho en sí mismo considerado, es decir, que lo más granado del Partido Popular en las tres provincias de la Comunidad Valenciana se orquestara para saquear las arcas públicas, para despilfarrar dinero y así comprar voluntades y hacer buena publicidad del partido y para crear una nueva clase social que no dudaba en hacer ostentación del dinero obtenido gracias al amaño de contratos públicos y a las comisiones que se llevaban con ello. Por otro lado, cabe destacar el papel pasivo consentidor que ha tenido una gran parte de la sociedad valenciana al asumir como normal comportamientos que tenían que haber sido denunciados por los propios votantes del Partido Popular. De esto último se desprende que han sido muchos los beneficiados por la actitudes corruptas que comenzaron a producirse poco después de las elecciones autonómicas y municipales de 1995. Resulta poco creíble que apenas haya habido denuncias de particulares habida cuenta la enorme bola de nieve de corrupción que se fue creando y que afectó a Consellería, diputaciones y ayuntamientos.

Aunque el paisaje sea devastador los valencianos no deben perder la esperanza. Otra política es posible. Tenemos ejemplos en países cercanos donde dimiten una ministra que carga a la tarjeta de crédito de su ministerio dos chocolatinas por no llevar dinero suelto -a pesar de que devolvió el dinero al día siguiente- o también un ministro que olvida citar una fuente bibliográfica en su tesis doctoral, considerándose que ha copiado. Para que determinada clase de políticos cambie su nivel ético debe realizarse antes por los ciudadanos. Los presuntos culpables de corrupción del Partido Popular han sido el reflejo de un modo de ser que ha estado bien visto en una parte de la sociedad valenciana durante los últimos veinte años. Una parte muy amplia, me temo, a juzgar por los resultados electorales.

Resulta imprescindible la regeneración del principal implicado, es decir, del Partido Popular. Si se tiene en cuenta que casi con toda seguridad ha tocado fondo en su suelo electoral la actual dirección tiene ante sí el reto de hacer creíble su regeneración más allá de que siga siendo la fuerza valenciana más votada. Que Isabel Bonig pretenda instaurarse como la nueva lideresa del PP valenciano ajena al reciente y actual panorama plagado de corrupción de su partido resulta, cuando menos, motivo de risa. Que una consellera no supiera los tejemanejes que se llevaban a cabo en otras Consellerias, diputaciones y ayuntamientos resulta imposible de creer. Todo aquel que haya trabajado en una empresa, pública o privada, sabe que determinadas noticias y rumores vuelan de un despacho a otro. No cuela.

Fernando Ull